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MI REFLEXIÓN DEL DOMINGO

Jesucristo, Rey del Universo

Por fin hemos llegado al término del camino, del Año Litúrgico. El próximo domingo comenzaremos uno nuevo, por el Adviento, como siempre.

Cuando se ha tomado todo este ciclo anual con seriedad y responsabilidad, se llega al último domingo con alegría, con gratitud y con una cierta sensación de alivio.

La liturgia centra hoy nuestra atención en Jesucristo Rey del Universo. De esta forma, en estas fechas en las que recordamos y celebramos su Segunda Venida, como comentábamos el domingo pasado, esta solemnidad nos enseña mejor cuál va a ser el final de la Historia Humana: la manifestación plena y gloriosa del Reinado de Cristo; Reinado que también es nuestro, como escuchamos en la segunda lectura de hoy: «Aquel que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su Sangre, nos ha convertido en un Reino, y hecho sacerdotes de Dios, su Padre…».

La afirmación de Cristo de que es Rey, cuando está ante Pilato, detenido y maniatado, como lo contemplaremos este domingo, es la prueba más evidente de que su Reino no es de aquí, de este mundo.

En la Pasión del Señor se destaca y se subraya, en las burlas y padecimientos, especialmente, su condición de Rey, que es el núcleo y la razón última de su venida al mundo y de su condición de Señor después de la Resurrección y para siempre. No olvidemos que el encargo fundamental que nos dejó el día de la Ascensión al Cielo, es anunciar su Reinado por toda la tierra hasta que Él vuelva y nos lleve al Reino de los Cielos.

El Hijo de Dios vino a la tierra, precisamente, a iniciar aquí el Reino de los Cielos; y los que acogían su Palabra, se iban incorporando al Reino. Los que la rechazaban se quedaban fuera.

El prefacio de la Liturgia de hoy habla de «un Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz»; y coloca el origen de ese Reinado sobre toda la Creación, en la Cruz del Señor.

Me parece que lo primero que se nos pide en esta solemnidad es una firme y decidida adhesión personal a Jesucristo por la fe, la renovación de nuestro Bautismo y de nuestra Confirmación, y la voluntad de perseverar fieles en su seguimiento hasta el fin, aún en medio de las mayores dificultades, animados por el ejemplo de aquellos, que, en la persecución religiosa de España, entregaron su vida a Jesucristo al grito de «¡Viva Cristo Rey!».

Todo esto nos urge también a esforzarnos por extender su Reino, como Jesús nos mandó (Mc 16, 15-17). De este modo, se hará realidad en plenitud lo que escuchamos en la primera lectura: «Y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron».

A veces nos da la impresión de que Jesús, el Señor, no reina en distintos lugares, personas, instituciones y situaciones de la vida y de la Historia. El ritmo de crecimiento del Reino nos parece muchas veces muy lento. Y es verdad. Pero no podemos olvidar que el Reinado de Cristo, como decíamos, no es perfectamente visible, no es de este mundo, y cada uno de nosotros tenemos que entregarnos a su servicio, de acuerdo con nuestra vocación y los dones recibidos, especialmente, en la circunstancias ordinarias de la vida, sin agobios y desesperanzas que Dios no quiere.

¡Cuántas gracias debemos dar al Señor porque ha querido compartir con nosotros su Reinado y nos concede la gracia de celebrar hoy esta fiesta tan hermosa!

En medio de las dificultades, que nunca faltan en nuestra condición de peregrinos, podíamos terminar los comentarios de este año dirigiendo nuestra mirada a Cristo Rey para decirle con una inmensa e invencible confianza: ¡Tú, Jesucristo, eres el Rey del Universo! ¡Tú eres el Señor de la Historia! ¡Tú eres nuestro Rey! ¡Tú conoces el corazón de cada uno! ¡Tú lo sabes todo! Llévanos a tu Reino eterno. Amén. Aleluya.

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