Opinión | con la historia

Xavier Carmaniu Mainadé

Catalunya dividida

Al mirar el mapa político de África o de Norteamérica es fácil darse cuenta de que aquellas fronteras tan rectas, trazadas con tiralíneas, son artificiales, fruto de los intereses de países que deciden dividir tierras sin tener en cuenta la realidad de los habitantes. Grupos culturales, étnicos o religiosos acaban separados porque alguien dibuja una raya en un mapa en la mesa de despacho.

En realidad no hace falta ir tan lejos. En Europa también ha pasado, tal y como se pudo comprobar en el artículo dedicado a Bielorrusia. Y sucedería lo mismo si nos fijáramos en Polonia, Escandinavia, las repúblicas bálticas, los Balcanes... y también en los casos de España y Francia. En noviembre de 1659 acordaron establecer su frontera en los Pirineos y por tanto el norte de Catalunya pasó a manos galas. Solo había un pequeño detalle: no se comunicó a los afectados.

Todo empezó cuatro décadas antes, cuando en 1618 estalló la Guerra de los Treinta Años. En realidad no fue un solo conflicto armado constante, sino distintos enfrentamientos entre casas reales que intentaban imponer su hegemonía en Europa. La religión actuaba como catalizador, porque los bandos enfrentados se reunían en torno al catolicismo y el protestantismo.

En los primeros años la acción se centró en las actuales Chequia, Dinamarca y Suecia, para después pasar al Báltico. Otra de las zonas involucradas fueron las protestantes Provincias Unidas de los Países Bajos que no reconocían la autoridad de la casa real española de los Austrias (católicos) y actuaban como República. Felipe III intentó recuperar el control de aquellos territorios pero no lo logró. Una de las razones que lo explican es que Francia, con el famoso cardenal Richelieu actuando como primer ministro de Luis XIII, se inmiscuyó en los asuntos españoles para debilitar su posición y hacerse con sus dominios.

Una de las maniobras francesas más sonadas consistió en apoyar a los catalanes durante la Revuelta de los Segadors, un episodio que ya explicaremos con detalle en otra ocasión. Richelieu les garantizó protección y se lo creyeron. Como respuesta, en 1648 la corona española se implicó en la guerra de religión francesa para desestabilizar a los vecinos. En esos momentos Europa estaba exhausta y se firmó la Paz de Westfalia. Era el final de la Guerra de los Treinta Años. Entre otras muchas consecuencias, supuso el nacimiento de nuevos países como Suiza (aunque todavía no con las fronteras actuales) y la independencia de las provincias neerlandesas. España, por tanto, salía perjudicada y decidió seguir luchando en una guerra abierta contra Francia que, además, se alió con Inglaterra, que pretendía una parte de Flandes. Las hostilidades duraron 10 años hasta que en 1658 la corona española cayó derrotada en Dunkerque. Entonces tuvo que negociar un acuerdo que sería conocido como el Tratado de los Pirineos; porque atendía a la demanda francesa de hacerse con el control del Conflent, el Capcir, el Roselló y media Cerdanya. La teoría política de la época defendía la existencia de unas fronteras «naturales», que servían para delimitar los estados. Desde París, cuando se miraba al sur, se creía que ese era el papel que debía jugar la cordillera pirenaica.

Sobre el papel, los galos se comprometían a respetar las instituciones propias de los territorios anexionados. Sin embargo, un año más tarde las disolvió sin contemplaciones y comenzó un proceso de asimilación cultural para homogeneizar toda Francia, haciendo desaparecer la lengua propia de la Catalunya Nord. De la misma forma que se hizo en otras regiones como en Bretaña con el bretón. Aunque prácticamente lo consiguieron, no han desaparecido del todo a pesar del paso de los siglos.

La negociación entre Francia y España se llevó en secreto y sin consultar a las Cortes Catalanas, contraviniendo las leyes de la época. Los habitantes de las regiones anexionadas no lo supieron hasta que la administración francesa se desplegó en 1660; pero es que oficialmente no se comunicó la existencia del Tratado hasta 1702. Ya se sabe que cuando las potencias vencedoras toman decisiones poco importa lo que piensen los afectados.

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