eldia.es

eldia.es

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

con la historia

Bielorrusia, el país intermitente

De repente, miles de personas procedentes de Irak, Yemen y Siria han aparecido en la frontera entre Bielorrusia y Polonia, es decir, entre un país protegido por Moscú y el límite oriental de la Unión Europea. Como explicaba en este periódico el enviado especial Marc Marginedas, la crisis migratoria sería una operación diseñada por el presidente bielorruso, Alexander Lukashenko, y su entorno más cercano para desestabilizar la UE y, de paso, ganar una fortuna a costa de los inmigrantes que, desesperados por escapar de las zonas de guerra, habrían pagado cantidades astronómicas para llegar hasta Minsk con la falsa promesa de pisar el Viejo Continente sin dificultades.

Polonia y Rusia se reparten Bielorrusia en un dibujo de 1921.

De un tiempo a esta parte, Bielorrusia se ha convertido en protagonista habitual de las páginas de internacional, pero desde este rincón de Europa cuesta hacernos una idea de la complejidad del juego de fuerzas que existen en esa zona porque desconocemos su historia.

Para empezar, es necesario tener en cuenta que los orígenes antiguos ya no son los mismos que los nuestros. Allí no llegaron ni griegos ni romanos. En el siglo III era la tierra de tribus bálticas y en el siglo V grupos eslavos se hicieron con el control del territorio. Durante la Edad Media, mientras en Europa Occidental diferentes reinos intentaban alcanzar la hegemonía, nacía el ruso de Kiev (no confundir con Rusia). Era un gran estado eslavo oriental que se convirtió en el más extenso de la época medieval. Abarcaba Ucrania, Bielorrusia y Rusia. Con el paso del tiempo fueron creciendo las tensiones internas y surgieron nuevos principados; entre ellos el de Polatsk, una ciudad bielorrusa situada a orillas del río Dvina que comerciaba con la zona del Báltico, sobre todo con localidades de la actual Letonia.

En aquellos momentos se estaba consolidando un nuevo actor en la zona: el Gran Ducado de Lituania, un conglomerado étnico y religioso que, desde Vilna, extendió sus dominios hacia Ucrania, Letonia, Polonia, Moldavia, Rusia y nuestra protagonista. Lituanos y polacos eran los pesos pesados de aquel inmenso estado, que intentaron imponer lengua y costumbres al resto de territorios. Los habitantes de la actual Bielorrusia se resistieron a abrazar el polaco. Además, siguieron vinculados al cristianismo ortodoxo rechazando el catolicismo.

Desde entonces, las relaciones entre polacos y bielorrusos siempre han sido tensas. Pero no era la única amenaza. A partir del siglo XVIII el Imperio Ruso hizo acto de aparición en esa área. Se pasó del intento de polonización a la rusificación. Fueron prohibidos y perseguidos todos los elementos identitarios propios (lengua, leyes, etc.). La gente no se quedó de brazos cruzados y se sublevó en diferentes ocasiones pero fracasó siempre.

El primer intento de convertirse en un Estado independiente no llegó hasta 1918 aprovechando el hundimiento de los imperios alemán y ruso al final de la Primera Guerra Mundial. Ahora bien, emulando la historia de los siglos pasados, al poco tiempo Bielorrusia intentó confederarse con Lituania. Algo más tarde hubo un nuevo déjà vu: en 1922 Polonia y la URSS destriparon los dominios de Minsk y se los repartieron.

Aquel nuevo mapa duró hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial, cuando Berlín y Moscú pusieron sus garras en Polonia. Entonces Bielorrusia quedó totalmente bajo control soviético y sirvió de dique de contención contra la ofensiva nazi. Hitler arrasó el país: destruyó la industria, bombardeó 200 ciudades y, lo más terrible de todo, mató a un millón de personas, entre ellas a toda la población judía, que fue exterminada. Para los bielorrusos, la guerra es un episodio crucial de su historia.

Después de 1945, se integró en la URSS y Moscú aplicó un intenso plan de rusificación. Aquello sentó las bases de una relación que se consolidó con el paso de las décadas. Solo hubo un momento, en 1991, en que la situación parecía que tomaría otro rumbo, cuando los nacionalistas bielorrusos lograron llegar al Gobierno aprovechando la caída de la Unión Soviética. Solo fue un espejismo. En 1994 Lukashenko ganó por sorpresa las elecciones presidenciales con la vieja retórica comunista y con el aval de Moscú, una buena sintonía que todavía se mantiene.

Compartir el artículo

stats