Opinión | con la historia

XavierCarmaniuMainadé

Los Manel Monteagudo de la historia

El caso del escritor Manel Monteagudo ha saltado de boca en boca estos días y hemos ido siguiendo las novedades como si de una serie se tratara. Empezó como una historia de superación y ha terminado como un sainete cuando sus 35 años en coma se han desmontado como un castillo de naipes, al empezar a detectar las incongruencias de su relato. Nada nuevo bajo el sol.

Mary Willcocks, la princesa Caraboo, pintada por E. Bird.

Mary Willcocks, la princesa Caraboo, pintada por E. Bird. / XavierCarmaniuMainadé

Cada poco tiempo aparece un personaje inverosímil que se convierte en el centro de atención hasta que se descubren las mentiras que esconde. Dejaremos a la psicología el estudio de estas mentes, porque ya tenemos suficiente trabajo repasando algunos de los casos más emblemáticos que nos ha dejado la historia.

Este tipo de gente suele buscar un elemento que impacte a la sociedad. No hace muchos años, en nuestro país se descubrió que Enric Marco era un falso superviviente del exterminio nazi. Al igual que él, otros hombres y mujeres han inventado biografías haciendo creer que sufrieron el Holocausto. La católica belga Misha Defonseca se inventó que era una judía que, durante la ocupación alemana, había cruzado Europa a pie y protegida por una manada de lobos hasta que logró localizar a sus padres. La americana Rosemarie Pence publicó una autobiografía en la que explicaba que, de pequeña, había sido internada en Dachau y que después había sido acogida por unas monjas que le habían enseñado a esquiar. Según ella, incluso había participado en los Juegos Olímpicos de invierno de 1956.

En EEUU, otros grandes hechos históricos sobrecogedores también han servido de base para los impostores. El novelista y profesor universitario H. G. Carrillo aseguraba haber nacido en Cuba y que su familia había escapado de la dictadura castrista cuando él tenía 7 años. No ha sido hasta su muerte -en 2020, por culpa del coronavirus- que se supo la verdad. Su nombre real era Herman Glenn Carroll y era hijo de una familia afroamericana de Detroit. El descubrimiento de su impostura llegó al Washington Post. De todas formas, allí lo habitual en el mundo de las falsas biografías es asegurar que se lleva sangre india. La lista de supuestos descendientes de jefes de todo tipo de tribus es tan larga que no terminaríamos nunca.

La falsificación de los relatos personales no es cosa de hace cuatro días. En 1704 en Inglaterra se publicó Descripción de Formosa, escrito por George Psalmanazar, que según decía era la primera persona de esa isla (ahora Taiwán) que había viajado a Europa. En realidad, era un católico francés que había aprovechado el tirón que tenían las campañas de cristianización en Asia para inventarse una vida que le convirtió en una personalidad en Londres. Su libro era una mezcla de ideas preconcebidas de lo que entonces se creía que era Oriente mezcladas con datos inconexos de las sociedades de la América precolombina. En definitiva, un revoltijo que le permitió vivir de rentas. Dedicó los últimos años de su vida a escribir una autobiografía en la que confesaba sus invenciones. El texto se dio a conocer cuando hubo fallecido.

Las islas británicas son proclives en impostores, pero nadie puede hacer sombra a la princesa Caraboo, nacida en Java y raptada por unos piratas, de los que habría escapado en 1817 saltando por la borda del barco donde la tenían esclavizada, cuando la nave fondeaba en Bristol. Gracias a la colaboración de un marinero portugués que la ayudó en el engaño, el relato funcionó y la chica se convirtió en una celebridad. Tanto que fue reconocida por la propietaria de una casa de huéspedes. La princesa, en realidad, se llamaba Mary Willcocks, una criada que intentaba conseguir el dinero que le faltaba para emigrar a EEUU timando a la gente. Usaba las historias que le había contado su exmarido, un marinero que había navegado por Asia. En vez de denunciarla, la familia que la había acogido le facilitó los medios para cruzar el Atlántico. En América intentó seguir dando vida a la princesa pero no tuvo demasiado éxito. Su caso es aún recordado y se le han dedicado libros, obras de teatro y una película. Al fin y al cabo, si tienes buenos guionistas capaces de inventar historias sensacionales, es una pena desperdiciarlo.

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