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MI REFLEXIÓN DEL DOMINGO

El Señor volverá

Estamos terminando el Año Litúrgico y estas últimas semanas y las primeras de Adviento recordamos y celebramos cada año el final de la Historia Humana con la Segunda Venida del Señor. Es el mensaje de la Liturgia de este domingo.

Esta verdad de fe la profesamos en el Credo: «Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin».

Los primeros cristianos tenían una conciencia muy viva de esta verdad. En nuestra época se tiene en cuenta mucho menos en la práctica de cada día, aunque la recordemos todos los años por estas fechas y se haga constantemente referencia a ella en la Liturgia de la Iglesia, por ejemplo, en la celebración de la Eucaristía de cada día.

Los científicos tienen distintas teorías sobre el fin del universo: Algunos piensan que será una catástrofe cósmica, otros, un enfriamiento del sol, otros… Los cristianos no conocemos el modo concreto en el que terminará la Historia (Cfr. G. et Spes, 39), ni centramos nuestra atención en ello. Sea como fuere el fin del mundo, confesamos que todo concluirá con el gozo de un encuentro eterno con el Señor, con los hermanos y con toda la creación, renovada y glorificada (Rom 8, 20-22).

Con la vuelta del Señor llegará a su plenitud la obra de la Redención y, por tanto, será el gran día de la resurrección y de la vida sin fin. ¡Una nueva creación! (2 Co 5, 17). Mientras tanto, tenemos que afrontar el sufrimiento y la muerte.

Por eso, los cristianos no debemos esperar este hecho, tan importante y trascendental, con miedo, ansiedad, pesimismo, ni con ningún tipo de turbación. Cada día la Iglesia anuncia y celebra este acontecimiento como Buena Noticia. Y, por poco que reflexionemos, nos daremos cuenta enseguida de la grandeza maravillosa e inefable que encierra, y nos llenaremos de esperanza y de gozo.

Con frecuencia, la Palabra de Dios, para transmitirnos esta verdad, emplea algunos géneros literarios que tratan de asociar a los astros y a otros elementos de la naturaleza a este hecho trascendental. Es lo que sucede, por ejemplo, en el Evangelio de este domingo, en el que, en medio de ese ropaje literario, se nos anuncia la venida del Señor y se nos invita a estar atentos a sus signos característicos, porque «el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del Cielo ni el Hijo, sólo el Padre».

El libro de Daniel, que escuchamos como primera lectura, nos anuncia, en medio de un género literario característico, tiempos difíciles, pero, «entonces –dice– se salvará tu pueblo, todos los inscritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: Unos para vida perpetua, otros para ignominia perpetua. Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas por toda la eternidad».

Mientras tanto, es el tiempo de la Iglesia peregrina, que se esfuerza por cumplir el encargo del Señor de anunciar el Evangelio por toda la tierra.

El Vaticano II nos dice que la «espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación por cultivar esta tierra…» (Cfr. G. et Sp. 39).

En este sentido, todos confiamos en que la Jornada de los Pobres, que celebramos este domingo, instituida por el Papa Francisco hace algunos años, traiga una nueva esperanza a tanta gente que sufre y muere por tantas carencias y a todos los que sufrimos por nuestra impotencia para aliviar y erradicar tanto dolor.

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