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observatorio

Investigadores orquesta

Cada vez nos volvemos más exigentes, queremos más cosas. Un día nos pusimos de pie, otro volamos en un globo, luego en un avión y una noche fuimos a la Luna. Y ahora, queremos viajar a Marte. De igual manera un investigador contemporáneo no es solo una persona que busca conocimiento, sino también se le pide que sea una persona que consigue los fondos para su investigación, sea un comunicador para explicar esos hallazgos, transfiera los descubrimientos para su posible uso comercial y además sea un maestro para formar la siguiente generación de investigadores. Si le sobra tiempo, puede dedicar un poco a su vida personal. Aquella imagen romántica del investigador al anochecer con su microscopio solitario en el laboratorio se va apagando sin remedio. Otros tiempos están viniendo. Espero que tantos esfuerzos no causen el tan famoso Gran Apagón. Quién sabe. Vayamos por partes.

La principal misión de un investigador es el descubrimiento. Dar luz donde había oscuridad. Realizar hallazgos que aporten datos sobre un fenómeno natural o social, siendo este último en realidad la suma de fenómenos naturales en un conjunto de personas. Otra forma de decirlo es que el principal objetivo de un investigador es ampliar nuestro conocimiento. Cualquier dato novedoso, por pequeño que sea, podría ser útil. Incluso los tan denostados y poco reconocidos datos negativos son importantes para descartar hipótesis. Sin embargo, esta tarea central del investigador hoy en día ve ocupado su espacio por otras labores complementarias a la misma de creciente importancia, y que son estimuladas especialmente por diversos actores públicos y privados de la maquinaria científica.

Un gran ladrón del tiempo del investigador son las horas dedicadas a escribir proyectos científicos para recibir financiación. La mayoría de investigadores, en vez de tener una financiación continua y estable sujeta a revisión periódica cada cinco años, van pellizcando un poquito por aquí y otro poquito por allí. Coso el agujero de mi bolsillo usando hilo de otro bolsillo que descoso. Y el investigador escribe y escribe estas larguísimas, pesadas y aburridas propuestas a todo tipo de convocatorias, y espera que las estrellas le sonrían, que no tenga ningún enemigo en las comisiones y revisores que deciden y mientras tanto sueña en una resolución positiva. La mayor parte de los investigadores pasan mucho tiempo en este limbo hipnótico. Es interesante que otros, pocos, reciben una financiación tan extraordinaria que no pueden ni gastársela. Acumulan dinero como lo hace con la comida un hámster. Dinero llama dinero, como dice el refrán. Seamos justos y repartamos en función de los méritos.

Pero además de ser economistas alternativos, de levantar dinero para los experimentos, a los investigadores se nos pide que comuniquemos nuestros resultados a la sociedad. Y algunos lo harán muy bien, mientras que otros por incapacidad, vergüenza o miedo escénico no podrán hacerlo de forma correcta. Y podríamos creer que el más mediático es el mejor o viceversa, sin que exista una relación directa entre ambos parámetros. Entiéndame, los investigadores debemos concienciar al resto de ciudadanos del valor de la ciencia y explicar nuestros descubrimientos, pero tampoco somos periodistas ni publicistas. La exposición es un fin, no un objetivo. El objetivo es el conocimiento.

Además también se nos empieza a evaluar por nuestra capacidad de transferencia tecnológica, para que me entiendan, por cómo somos capaces de trasladar un descubrimiento al mercado en forma de un producto. Y aquí la diversidad entre los científicos es enorme. Desde extremistas académicos que no quieren saber nada de la colaboración con el mundo empresarial o privado hasta capitalistas furibundos que piensan más en las ganancias que en el conocimiento. La mayoría solemos movernos entre estas dos olas voraces. En el punto medio suele estar la verdad.

Y finalmente se nos pide que formemos a los investigadores más jóvenes, idea que completamente suscribo. Si nosotros no hubiéramos tenido buenos modelos, difícilmente habríamos podido avanzar en nuestra carrera científica. Pero cuando nos ven agobiados con conseguir dinero, divulgar a todas horas o rellenando una patente que no va a ninguna parte, quizás se lo piensen dos veces. Puede que nos vean como aquellos hombres orquesta callejeros que golpeaban el tambor con una mano, la otra mano tenía una pandereta y soplaba a medias una armónica y una trompeta. Si quiere oír buena música, mejor consigue y da medios a una orquesta. Y, por favor, no olvidemos nunca que el fin último del investigador es ampliar el conocimiento.

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