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Jorge Dezcallar

observatorio

Jorge Dezcallar

Tensión en Taiwán

Si el calentamiento global es una amenaza cierta como nos recuerda Glasgow, Taiwán puede desencadenar un conflicto entre Estados Unidos y China. Hablamos de una isla ligeramente mayor que Cataluña, a menos de 200 km del continente, con orografía montañosa y 23 millones de ciudadanos que viven en una democracia y de los que más del 50% quiere mantener el statu quo, un 30% se inclina por la independencia y solo un exiguo 4% es partidario de lo que Beijing llama la reintegración en la madre patria con la vieja fórmula de «un país y dos sistemas», que en román paladino significa someterse al régimen autoritario que impone el Partido Comunista Chino porque después de lo ocurrido en Hong-Kong, donde el gobierno de Beijing ha tardado muy poco en suprimir las libertades que el acuerdo con Londres «garantizaba» hasta el año 2047, esa fórmula del país y dos sistemas ni tranquiliza ni se la cree ya nadie en Taiwán.

Estas últimas semanas la tensión ha aumentado con declaraciones del presidente Xi Jinping a favor de una reunificación pacífica pero sin excluir otras fórmulas si no se lograra, mientras presionaba con sobrevuelos próximos a Taiwán y con maniobras militares en la vecina provincia de Fuhan. La presidente taiwanesa Tsai Ing-wen ha procurado rebajar la tensión aunque dejando clara su nula intención de renunciar al status actual, también ha reforzado el número de reservistas hasta los 2,3 millones, y ha recordado a EEUU la vigencia del entendimiento de 1972 cuando Nixon acordó con Mao que había una sola China y que a cambio Beijing no alteraría la situación de Taiwán sin contar con la voluntad de sus habitantes. Lo llamaron «ambigüedad estratégica». Parece como si Xi ahora pensara que eso ha estado muy bien pero que ya ha durado demasiado tiempo y que es hora de culminar la unidad territorial de la patria con la incorporación de la isla rebelde antes de 2049, fecha que celebrará el Centenario de la Revolución Comunista. Xi quiere elevarse a la altura de Mao Zedong y acabar definitivamente con lo que llaman el siglo de humillación que comenzó con las guerras del Opio en el siglo XIX.

Es cierto que Estados Unidos no quiere más guerras pero tampoco puede dejar caer a Taiwán sin perder cara ante sus aliados en Asia y en el Indo-Pacífico, desde Japón hasta India o Australia, o con los paises de ASEAN que mantienen políticas prooccidentales pese a depender económicamente de China cada vez más. Por eso Biden ha tenido que recordar que su compromiso con Taiwán es firme «como una roca» y aunque no haya comprometido ayuda militar de forma expresa, hay instructores militares estadounidenses en la isla. En su opinión, peor que una guerra solo hay otra que no se desea, una a la que se llega por errores y por apreciaciones equivocadas de unos y otros, que es aquí el mayor riesgo. China cree que EE UU no le permite ocupar el lugar que le corresponde en el mundo y Washington ve en China una amenaza para su hegemonía, y así es posible que una chispa haga saltar la paz por los aires. Por ejemplo, si China piensa que lo ocurrido en Afganistán prueba la decadencia de los EEUU y su falta de voluntad de luchar. Es lo que teme Michelle Flournoy, exsubsecretaria de Defensa, cuando se refiere a «miscalculations» (errores de cálculo) que cualquiera puede cometer. Graham Allison, más cínico, habla de «la Trampa de Tucídides» referida a la tentación de la potencia dominante de atacar a la ascendente antes de que sea demasiado tarde, que es precisamente lo que hizo Esparta con Atenas. Quizás piense que hoy el presupuesto de Defensa norteamericano es tres veces mayor que el chino (760.000 millones de dólares frente a 240.000), aunque esa superioridad pueda no durar mucho y además se diluya cerca de China. Por su parte el almirante James Stavridis, que fue comandante de las Fuerzas OTAN en Europa, ha escrito 2034. A novel of the next world war, en la que un pequeño incidente en el Mar del Sur de China desencadena una catástrofe que nadie deseaba.

¿Premonitorio?

Todo esto hace que Taiwán sea posiblemente hoy el punto más caliente del planeta. Pero no el único.

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