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MI REFLEXIÓN DEL DOMINGO

Cuando hacemos el bien

¡Dios se fija en nosotros cuando hacemos el bien!

El Evangelio del domingo nos hace esta “gran revelación”. ¡Y nos llega al alma!

Estamos acostumbrados a oír desde pequeños: “¡Te estás portando mal, y Dios te está mirando!”

Y es verdad. Pero esto que comentamos también es verdad. ¡Y lo pensamos, lo vivimos y lo decimos menos!

Es lo que nos narra el Evangelio acerca de aquella viuda pobre, que echa su ofrenda en el cepillo del templo. Jesús no sólo le mira y valora lo que hace, sino que además llama a los discípulos para comentárselo, y les hace saber que aquella pobre mujer ha echado más que nadie porque ha entregado todo lo que tenía para vivir.

En situaciones difíciles, hay personas que se abandonan en manos de Dios, a veces, de un modo heroico, sin importarles, por ejemplo, los comentarios de la gente.

Esta verdad de la que tratamos hoy puede ayudar a mucha gente que no se siente querida ni valorada por lo que es ni por lo que hace. Nadie le da importancia ni siquiera le da las gracias.

¡Sin embargo, cuánta fortaleza, consuelo y esperanza le ofrece la certeza de que Dios le ve, le valora y le quiere!

Frente a aquellos escribas a quienes “les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza…,” el Señor dice a sus discípulos que, cuando hagan limosna, cuando recen o cuando ayunen, no busquen la mirada complaciente de la gente, sino la del Padre del cielo, que está en lo escondido y el Padre, que ve en lo escondido, les recompensará (Mt 6,1-18).

Y San Pablo, escribiendo a los colosenses, se dirige a los esclavos cristianos, y les dice: “Lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor y no a los hombres, sabiendo que recibiréis de Él en recompensa, la herencia. Servid a Cristo Señor” (Col 3, 23 -24).

Pocas cosas nos moverán más a la generosidad, a la entrega, al trabajo bien hecho, como esta verdad: ¡Dios nos mira siempre como un padre contempla a su hijo pequeño!

Y de generosidad nos hablan también las demás lecturas de hoy: En la primera contemplamos a otra viuda pobre, que se fía de la palabra del profeta Elías hasta tal punto, que le hace un panecillo con la última harina y el último aceite que le queda, y se lo da.

Pero el maestro y el ejemplo supremo de toda generosidad es el mismo Jesucristo, el Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza, que ha hecho de su vida una ofrenda “para quitar los pecados de todos”, y que ahora está ante el Padre intercediendo por nosotros, como dice la segunda lectura.

Estos textos que subrayamos pueden ayudarnos a celebrar mañana, con el mejor espíritu, el día de la Iglesia Diocesana de un modo generoso y abierto a lo que Dios quiera de cada uno en favor de nuestra Comunidad Diocesana, que no es sólo ni, principalmente, el dinero, aunque este sea también necesario, sino, especialmente, la entrega de aquellos dones, los llamados carismas, que Dios nos ha dado y no cesa de darnos para el bien de nuestra Iglesia.

De esta manera se haría realidad entre nosotros la exhortación de San Pedro: “Que cada uno, con el don que ha recibido, se ponga al servicio de los demás, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pe 4, 10).

Y es que, muchas veces, por comodidad, pereza o egoísmo, los descuidamos o los anulamos y no los entregamos.

Por ejemplo, en la vida de una parroquia el Señor pide a uno que colabore en la catequesis, a otro en la liturgia, a otro en la atención a los enfermos o a los pobres. Y es fácil escabullirse, inventándonos algún pretexto o entregando una cantidad de dinero para la economía parroquial.

De esta manera, nuestra Iglesia Diocesana, en sus parroquias e instituciones, nos puede parecer, muchas veces, muy pobre, carente de recursos personales, espirituales y materiales, cuando el Espíritu Santo no deja de concederle todos los dones que necesita. Él, en efecto, no puede dejar que viva en la pobreza o en la necesidad la Iglesia, Esposa de Cristo. Pero, si, como decía antes, cada uno de nosotros no aporta a la Iglesia los dones que hemos recibido para ella, ¿cómo se resolverán sus dificultades y carencias?

¡Que esta Jornada tan hermosa de nuestra Iglesia Diocesana sea provechosa para todos!

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