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Luis F. Febles

La Alkimia de Goyo

Lo controla absolutamente todo desde su privilegiada atalaya en la calle Pérez Zamora. Preside una magistratura capaz de gestionar los asuntos más espinosos del momento, independientemente de su proyección municipal o internacional, porque combina los poderes y funciones de orden legislativo, judicial y ejecutivo. Por su tribuna han pasado las personalidades más ilustres del imperio portuense, tanto del lado Bizantino como del Romano de Occidente. Atiende a sus clientes desde su Alkimia particular, con sonrisa de efebo alejandrino, mirando a los ojos desde el azul hipnótico de su iris, siempre en contacto directo para que la percepción emocional salude la asertividad. Goyo es un alquimista que transmuta cabelleras de estropajo en pan de oro, a la vez que confluye la interacción social y el discurso público. Para conocer la verdadera definición de la alquimia hay que conocer también el concepto que Goyo atribuye a la Piedra Filosofal, que desde la antigüedad hemos perseguido el sueño de hallar esta sustancia legendaria. Él la descubre cada 15 minutos cuando alguien suelta alguna bobería. Su peluquería se convierte en un extraordinario senaculum ranillero para el debate abierto y libre hasta que Goyo quiera, porque para eso es el dueño y, como buen autócrata, las normas las pone él y punto. Es un tío con personalidad, porque Goyo era un atributo considerado de una forma tan positiva que terminó por convertirse en nombre propio. Aunque es villero, hace más de 20 años que le tramitaron la nacionalidad portuense, disfrutando ahora de todos los privilegios y derechos que tiene ser del municipio más bonito de la Galaxia. Cuentan las malas lenguas que lo han tentado para la política, habida cuenta de su carisma y verborrea, pero jamás se ha sentido atraído por la cosa pública desde los altares de los partidos. Ni derechas ni izquierdas, su filosofía es no coger las rotondas por el lado equivocado. Es un amante de la palabra dada, porque para él la lealtad del cliente no tiene precio. A su manera te cuida, aunque no lo sepas. Llevo más de 20 años acudiendo fiel a mi cita con Goyo, independientemente de dónde esté trabajando. Iñaki Gabilondo decía que a los buenos trabajadores hay que reconocerlos, a los taxistas, médicos, mecánicos, profesores, y él se ajusta perfectamente a esta conjetura del periodista vasco. Solo que se le suma un atributo más: que es un gran tipo. Hace unos días hablamos de esas cosas tan sencillas y complicadas que tiene la vida, intercambiando opiniones con la complicidad que otorgan años de conversación. Sonaba de fondo Miles Davis, que dio paso a la magia de John Coltrane. Yo seguía mirando fijamente ese espectacular pulverizador de agua que imitaba a una botella de Jack Daniels. El gusto por el jazz está presente en todos los rincones de su peluquería.

@luisfeblesc

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