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Opinión

Raúl Álamo

Que del volcán no solo queden las cenizas

Más de cuarenta días de sufrimiento, y los que quedan. Más de cuarenta días sin que se vea otro camino que no sea el que marca la lava en su serpenteante y caprichoso avance. Más de cuarenta días de abrasador poder destructivo. Más de cuarenta días en que el único horizonte que los palmeros pueden divisar es el que las cenizas les permite ver.

La erupción de La Palma es ante todo drama humano y natural. La huella no solo se marca en su territorio por las pisadas sobre el negro arenal, sino en el semblante y en el ánimo del abnegado y sacrificado palmero. Todo ello nos debe transportar a una reflexión más profunda y a enfrentarnos al mayor desafío ante una catástrofe nunca vista, que solo puede amortiguar el que no haya habido pérdidas humanas, pero sí económicas y naturales con difícil resolución, unas directas y otras daños colaterales en su tejido empresarial.

Los medios de comunicación solo ayudan a dar una pincelada de la magnitud de este fenómeno natural que atraviesa el corazón del palmero y que supone una hemorragia incesante que ha desangrado a La Palma y a los palmeros. Ellos esperan no solo la compasión, sino fundamentalmente la solidaridad de todos, especialmente de la Administración, que, además de comprometerse en la unidad, debe actuar con prontitud en la resolución de los graves problemas con los que se enfrentan, sobre todo de los que lo han perdido todo.

Por mucho que creamos que el palmero sea resistente, su estado de shock no le permite asimilar la total crudeza de este drama y menos lo que se le viene encima. Ante esta situación inédita y de difícil resolución, toda vez que mientras el volcán siga vomitando lava no existe un plan definitivo, el resto de las islas deberán brindar una solución coyuntural o definitiva a los que se han quedado sin nada, e incluso hospedaje y adopción a los que lo han perdido todo.

La isla de El Hierro le debe mucho a La Palma, especialmente a aquellos que hicieron sus maletas en la década de los 70 para aventurarse a iniciar una nueva vida en nuestra isla. Nos enseñaron a extraer agua de las entrañas de una tierra reseca y sedienta, hasta ese momento siempre esperando a la lluvia del cielo. Nos sorprendieron con técnicas agrícolas y con nuevos cultivos extensivos para El Hierro. En aquellos años nos demostraron que encima del malpaís lávico y de los polvorientos matorrales podían servir de cuna de la agricultura y que las tierras de las mesetas de Niesdafe, el calor del colchón de lava y las limpias aguas de las entrañas del Valle del Golfo eran capaces de hacer el resto y brotar y hacer crecer cualquier cultivo.

Han pasado más de cincuenta años, no los suficientes para que el paso del tiempo deje en el olvido al pueblo palmero, porque ellos fueron pioneros de la expansión de lo que siempre he denominado la despensa agrícola de El Hierro, del Valle del Golfo, y que nuestra prueba de agradecimiento no solo se circunscriba a inmortalizar nuestro agradecimiento solo con una finca que fue vendida por los Palmeros.

Tierra nos sobra para ofrecer, ganas no nos deben faltar, hospitalidad menos. Así que El Hierro, al igual que el resto de las islas, tiene un compromiso con los palmeros ofreciéndoles la posibilidad de darles lo que de momento su tierra natal no puede brindarles. Ese será el mejor donativo y nuestra mayor contribución ante este drama que yo me permito calificar de humanitario.

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