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Alejandro de Bernardo

Curva a la izquierda

Alejandro de Bernardo

«Las horas que pisamos»

Circula un vídeo por Internet –digo uno pero son más– que les animo a no ver. Los abonados al catastrofismo vienen a decir en imágenes que lo de La Palma terminará en una explosión gigantesca que hundirá la isla y provocará un tsunami monstruoso que inundará las dos costas del océano Atlántico. La nuestra y la de América. El principio del fin.

Como las opiniones –con perdón– son como los traseros, que cada uno tenemos el nuestro, pues el patio se vuelve variopinto con tantos culos, colores y matices. Y no son pocos precisamente los que sacan conclusiones parecidas a la del hundimiento en otros foros radicales. Algunas, digámoslo de paso, parecen sacadas de la prolongación de la espalda. Y con la pandemia nos ocurre algo parecido. Que si nos estamos cargando el planeta. Que el magma es la sangre de la Tierra. Que si todo está conectado… Ahora el volcán de Hawái, la Tierra que se rebela contra el castigo que le aplicamos con nuestro modo consumista, salvaje, sin medida... Es cierto. Pero lo que me parece a mí es que estamos aprendiendo poco con el azote del covid y tampoco nos enseñará nada la catástrofe de la Isla Bonita con las bocas de Cumbre Vieja vomitando rodillos de destrucción.

Yo es que no puedo con los agoreros, que van mucho más allá que los pesimistas del vaso medio vacío de toda la vida. En vez de pensar que se han bebido la mitad y que todavía les queda otro tanto para disfrutar, se ahogan en ese fondo, porque les da la gana. Los tragedias, como les llama un amigo, que están en todos los órdenes de la vida, son mucho peores. Los tristes, los sombríos están encantados con lo que consideran señales: la pandemia, el volcán, los terremotos...

Y es que, aunque tuvieran razón, aunque todo acabara saliendo como ellos dicen… solo pienso que amarguen a otros. Que a los seres normales, de a pie, nos vale con el cambio de hora que nos sorprendió este domingo, con la llegada del otro humo gris, el del otoño, que es muy bello, pero también demasiado melancólico, como para ponernos otra vez a echarle la culpa a todo y a todos. Solo tenemos el presente, ese regalo. El que no sepa que estamos de prestado es que no se entera. Mejor que nadie tenga que tirarle del caballo.

Lo de La Palma ha generado suficiente destrucción con nombres y apellidos como para ponernos a clamar por más bocas, por más lava, por las dos orillas del océano Atlántico sumergidas. Lo mismo les digo a los que todavía creen que Bill Gates nos ha inyectado sus microchips con la vacunación: ni los expertos saben con exactitud lo que sucederá mañana. Lo siento, pero el guion del futuro no lo escribe nadie. No existe. Hablar de nuevas glaciaciones porque ya las hubo es ficción, a fecha de hoy.

La pandemia nos ha hecho mucho daño. Muchos han perdido seres queridos, irreemplazables todos ellos. Nos han encerrado. Han pisoteado nuestros derechos. Todavía más de medio mundo está sin vacunar. No hemos salido de esta. No es el momento de anticipar que esta erupción de lava es el primer paso del adiós. Porque no lo va a ser.

Contagiar terror es pasión de los desinformados, que pronostican gratis lo que no saben. Agárrense a las horas que pisamos, la única certeza que tenemos por delante.

PD Muchas felicidades, Vitalina, lo que no habrás visto en los 102 años que cumpliste el jueves pasado. Un beso y a por más, campeona.

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