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Juan Pedro Rivero González

SANGRE DE DRAGO

Juan Pedro Rivero González

La felicidad de las buenas personas

He escuchado en numerosas ocasiones, en el entorno de los bautismos o de la catequesis, que lo importante es que «sean buenas personas». Considero que es lo que desea cualquier corazón de progenitor centrado. Que sean buenas personas y que sean felices.

Hoy celebramos el día de Todos los Santos. Fueron buenas personas y son felices. Es lo que tiene la concomitancia de esas realidades: se suele ser feliz cuando se es buena persona; y se es buena persona cuando se es feliz. Pero no es del todo similar la santidad que hoy reconocemos en tantas personas anónimas, de la condición de buenas personas.

Hay un plus de radicalidad en los primeros. Hay una loca felicidad que les hizo asumir la vida con ciertos riesgos para la propia, estableciendo la generosidad como brújula existencial. Los otros y el Otro como objeto central de su vivir. Fueron más allá de la bondad personal y social que le deseamos a quienes queremos que sean felices.

La locura indicada no se identifica con la irracionalidad, la no deliberación de las acciones y el abandono al ritmo de lo espontáneo. Es una sana locura por extremada. Una locura por abrazar el exceso de amor. Y todos hemos experimentado el encuentro con personas así, que dejan huella porque hacen más de lo debido y sonrían más de lo posible en situaciones de especial dureza. Tienen algo especial que les sitúa en los márgenes positivos del grupo de las buenas personas.

Todos los Santos es el grupo de aquellas buenas personas que se han convertido en modelo para nosotros. Modelos e intercesores. Porque en la mística realidad de vasos comunicantes en la que lo real se da, sus excesos llenan nuestras miserias y raquíticas actitudes. Elevan la media de humanidad a la humanidad. Su humildad, generosidad, responsabilidad, respeto, obediencia, sinceridad y pureza son tales que, la media es extraordinaria a pesar de nuestra mediocridad. Siguen haciéndonos ser buenas personas a pesar de nuestras miserias.

Se encontraron con el amor más grande y dejaron que transformara su personalidad con esas riquezas intangibles que no tienen prospecto farmacológico. Ese encuentro les hizo levadura en sus encuentros y sal de fraternidad verdadera. No puede ser que tanta belleza quede olvidada y marginada en nuestra historiografía. No nos cabe en la cabeza que el olvido sea la habitación eterna de estas buenas personas. Por eso este día para recordarlos.

Luego la deriva comercial iluminará las calabazas y jugará con el truco y el trato mezclando el natural temor a la muerte con el olvido de los muertos. Pero detrás de la puerta de la muerte algunos creemos que existe la felicidad de las buenas personas. Y detrás de ella un anhelo infinito de serlo nosotros también.

El nombre que llevamos y muchos nombres que pronunciamos fueron nombre de ese enjambre inmenso, que nadie puede contar, en el que están tantas personas, conocidas o no, por las que estamos llenos de orgullo.

Feliz día de todos los santos.

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