eldia.es

eldia.es

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Joaquín Rábago

Razones y emociones

Escuché el otro día por radio la intervención del líder de Vox, Santiago Abascal, en nuestro Congreso de los Diputados.

El político ultraderechista se dedicó a asustar a la ciudadanía e insultar de paso a nuestra razón, culpando a los menores extranjeros no acompañados de cuantos delitos se cometen en el país.

¡Como si los integrantes de la manada, cualquiera de ellas porque hay varias, no fueran aberrantes ejemplares del macho ibérico!

Si su hija ha sido violada al volver de noche a casa, si alguien de su familia ha sufrido un navajazo en plena calle, si a la abuelita le han robado el poco dinero que llevaba encima, algún “mena” es siempre, según Vox, el responsable.

Los menas y, por supuesto también el Gobierno social-comunista que, en lugar de proteger a la clase trabajadora del país de tan indeseable extranjería, recibe a ésta con los brazos abiertos y para colmo incluso la subvenciona con los impuestos que pagamos todos.

En su respuesta, el presidente del Gobierno nacional, Pedro Sánchez, se preocupó de desmontar con una batería de cifras bien preparada el discurso xenófobo que acababa de escucharse en la Cámara.

El Gobierno «socialdemócrata», como él mismo lo calificó, no había aumentado sólo el número de efectivos tanto de la Policía Nacional como de la Guardia Civil, sino también el sueldo que todos ellos perciben.

Como consecuencia, y contrariamente a lo insinuado por el líder ultraderechista, nunca habían caído tanto, según Sánchez, los niveles de delincuencia en nuestro país.

La conductora del programa radiofónico donde escuché esas intervenciones se felicitó de que el líder socialista hubiese recurrido a los datos para desmentir rotundamente a Abascal.

Es lo que tiene que hacer la política y lo que deberían hacer también siempre los medios, explicó la periodista.

El problema, sin embargo, es que ni a la ultraderecha, ni aquellos a los que ésta dirige sus palabras, les interesan los números. Su discurso se mueve en un plano muy distinto: el emocional.

Lo hemos visto, por ejemplo, en Estados Unidos con el ex presidente Donald Trump, a quien sus partidarios creían en todo momento cualquier cosa pese a que las evidencias desmontaban continuamente la falsedad de sus afirmaciones.

No quiero decir con esto que no deba intentarse siempre desmontar el discurso del odio recurriendo, como hizo Sánchez en el Congreso, a los fríos argumentos racionales.

Pero sí que, en un clima tan polarizado como el actual, donde la mentira corre incontrolada como la pólvora, la izquierda ha de saber manejarse al mismo tiempo mejor en ese otro terreno – el de las emociones- si no quiere perder la batalla.

Compartir el artículo

stats