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El abrazo de Valencia

Con el apoyo del 90% de los delegados (lo que antes llamábamos un resultado a la búlgara para denunciar la manipulación de los votos en los países de la órbita soviética) el PSOE cerró en Valencia su 40º Congreso, cuyo mayor logro fue terminar con una división interna que ya duraba cinco años. La imagen que mejor simbolizó el renacido espíritu de concordia fue la fotografía del abrazo entre Felipe González (23 años como secretario general y casi catorce como presidente del Gobierno) y Pedro Sánchez, el actual secretario general y también presidente del Gobierno. Todos los que se dedican al análisis político saben que González no está de acuerdo con el Gobierno de coalición pactado con Unidas Podemos. Ni tampoco con el intercambio de favores con los independentistas catalanes. Y menos todavía con las exigencias, a su juicio poco pragmáticas, de los ecologistas y las feministas más radicales. Una visión crítica que extendió a otro expresidente, Rodríguez Zapatero, del que disiente totalmente en su apoyo a los regímenes iberoamericanos que se comportan como tiranías. Dentro del amplio espacio socialdemocrata, Felipe González, siempre se posicionó en la corriente social-liberal, como el que fue su maestro y protector, Willy Brandt, de quien recibió ayuda y consejo prácticamente desde su aparición en la escena política internacional. Por eso, no se entiende muy bien que al cabo de 47 años diga que él fue elegido en Suresnes (Francia) secretario general del PSOE por exclusión. Más o menos como si nos quisiera convencer de que fue elegido por casualidad, o porque no había otro con mayores méritos para afrontar esa tarea. Entonces, corría el año 1974, Franco aún no había muerto, y González era un joven de 32 años. Las razones que llevaron a la Internacional Socialista a escoger al abogado sevillano como secretario general de los socialistas españoles en vez de a Rodolfo Llopis, el dirigente que venía del exilio republicano, están en los libros de Historia (aunque no todas ni en todos). Las actividades de González eran conocidas por la policía de la dictadura, que las toleraba dado el alto valor político que se atribuía al socialismo moderado en el proceso de la transición de un régimen tiránico a una monarquía democrática. Esto era así aunque eso no libró de ser golpeado en comisaría a más de un militante socialista, una brutalidad consentida que Rodolfo Martín Villa calificó de “excesos que se escapaban al control”. Los militantes socialistas de carné eran pocos y conocidos. El que esto escribe, que era redactor jefe de La Nueva España, tuvo mucho trato con el abogado Emilio Barbón, con Honorio Díaz, con Marcelo y su hermano, con Severino Arias, con Ludivina García y con Juan Luis Rodríguez Vigil, que eran matrimonio todavía, y otros. En el año 1974 se organizó una plataforma sindical para denunciar la situación de los trabajadores de las subcontratas de los astilleros asturianos.

Se estimó que sería conveniente contar en los juzgados de lo Social con letrados conocidos por su lucha por la democracia para darle más resonancia. Yo fui a la Telefónica con Juan Luis Rodríguez Vigil para preguntarle a Felipe si se apuntaba al pleito.

Estaba en Francia en la casa de Mitterrand y accedió. Ya volaba a gran altura.

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