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Álvarez Rixo y la Inquisición

La obra del cronista portuense José Agustín Álvarez Rixo (1796-1883), bajo el título Miscelánea o bien sea Floresta Provincial, custodiada en la Universidad de La Laguna gracias a la donación de sus herederos, representa una fuente de conocimiento de notable interés para aproximarnos al contexto de toda una serie de relatos que giran bajo el hilo conductor de improvisaciones, travesuras, anécdotas satíricas, enfados y admiraciones graciosas, astucias para robar, diversos dichos y ocurrencias jocosas, genialidades, simplicidades, milagros, quijoterías, miedos y la Inquisición. Detendremos nuestra atención sobre este último aspecto.

Rixo anota la presencia de una pareja de novios del Sauzal que, siendo parientes, no podían obtener el sacramento sin la dispensa del Obispo. La madre de uno de ellos decide luchar por obtener el sacramento y, siendo consciente de que sus esfuerzos eran en vano, decide cambiar de nombre y mudarse al Puerto de la Cruz. Delata al mencionado párroco ante el Santo Oficio bajo la justificación de que había solicitado esa petición en confesión. Pasa a delatar también al comisario de Icod de los Vinos, realizando la misma acción en los núcleos de La Laguna y La Orotava. La sanción sería la cárcel durante tres años en atención a las opiniones expuestas, sin conocer el acusado la persona responsable de tales acusaciones. Sin embargo, la mujer enferma y antes de fallecer, atormentada por la culpa del acto realizado, decide confesar. El acusado sale de la cárcel el Día del Corpus y muere poco tiempo después. Álvarez Rixo expone que esa situación llega a representar «un beneficio debido al Tribunal, que pesar de titular santo, no conocía que martirizaba a un inocente, y aún también benemérito para la religión, cuya disciplina quería observar».

Rixo también nos lleva en otra aportación ante el papel del Santo Oficio según los papeles conservados por su tío Juan Agustín de Chaves, quien fuera familiar del Santo Oficio. En el documento se informa del parte establecido por el comisario del Tribunal de la isla de Fuerteventura, con la posibilidad de que una mujer estuviera endemoniada. La mujer, natural de Santa Úrsula, había pasado a residir en tal isla. Allí, para asombro de cuantos la vieron, decide en cierta ocasión subir hasta el púlpito de la iglesia y pasar entonces a predicar en latín. Llega a explicar la necesidad de rezar el rosario de María Santísima, transmitiendo el malestar de la imagen hacia los feligreses al no cumplir con ello. Ante esas palabras, el documento recoge como desde tal espacio se lanza agua bendita y se practican exorcismos sobre la mujer sin lograr evitar tal situación. Para Rixo, ello no era resultado del demonio y critica que a nadie se le pudiera ocurrir que «los latines, si es que lo eran, podría haberlos aprendido en algún tiempo en la amable compañía de cualquier estudiante o eclesiástico a quien pudo haber oído».

Curiosa anécdota tendría como protagonista a Juan Perdomo, médico natural de Garachico recordado por ser el introductor de la inoculación en Venezuela y cuya vida y obra ha sido objeto de análisis por parte de historiadores. La anécdota tendría también relación con el cura del pueblo venezolano al que llegó y que tenía, al parecer, tres o cuatro hijos con una mujer que le acompañaba en su domicilio. El mencionado cura se dirige en cierta ocasión a Perdomo para exponerle que se actuara por separación contra las personas que estuvieran amancebadas. Al efecto, Perdomo responde que no creía que el amancebamiento fuera pecado. El propio sacerdote no queda contento con la respuesta y, tras finalizar Juan Perdomo su cargo, emite un comunicado ante el Santo Oficio que posteriormente se materializaría en una citación ante el Tribunal ubicado en Gran Canaria. Allí estaría arrestado durante un cierto tiempo, pasando luego a ubicarse en un convento hasta ser finalmente liberado. Del caprichoso azar anota Rixo como era destino de tal sujeto que «muriese víctima de delaciones; siéndolo por contrabando que para seguridad había puesto en su casa un amigo suyo en enero de 1799».

La última de las aportaciones que recopila el polígrafo portuense en atención al Santo Oficio corresponde a la presencia de una goleta en la costa, tomando nota de un artículo publicado en el periódico El Daguerrotipo con fecha 22 de enero de 1841. Transcribe la siguiente nota: «Yace aquí el Guardacosta valeroso/ Que dio sepulcro al infeliz erario/ Y sensible, beneficio y piadoso/ Se almorzó las entrañas del canario; / Amó tantó la paz tanto el reposo, / Y tanto se dolió de su contrario, / Y fueron tan humanas sus conquistas / Que siempre huyó de los contrabandistas».

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