Todo el mundo que nace se muere, pero no todo el mundo nace. Hay cantidades increíbles de gente sin nacer. Si todos los que no han nacido nacieran de golpe, no darían abasto las maternidades ni cabríamos en este estrecho mundo. Conviene esperar a que se mueran algunos para que nazcan los demás. Ahora bien, de la gente que no ha nacido, la mayoría ni llegará a nacer. He ahí un misterio, el de la gente que no nace, el del espermatozoide que perdió el óvulo como el que pierde el tren o el de ese óvulo que se agachó para recoger algo y le pasó el espermatozoide por encima. Hay más probabilidades de no nacer que de nacer. De hecho, lo normal es no nacer. Usted y yo somos la excepción que confirma la regla, lo que no deja de provocarme cierto horror: el de saberme nacido cuando el nacimiento es la causa más probable de la muerte. ¿Cómo es que una cosa provoca su contraria? He ahí un misterio. Para no morirse, en fin, no hay otra solución que la de no nacer. Quienes no nacen gozan de una eternidad rara: la de las cosas que no son. ¿Por qué hay cosas que son y cosas que no son?

Otro misterio: el de las cosas que no son.

Leí hace poco que un señor tuvo durante quince años un gato imaginario con el que se relacionaba como con un gato real. Hablaba de él a los amigos, le compraba comida, lo desparasitaba, lo acariciaba al tiempo de decirle tiernas palabras… Un buen día comunicó a la familia que el gato se le había escapado. ¿Se cansó de él? No lo sabemos, pero lo cierto es que quince años es más o menos lo que vive un gato doméstico. Se podía haber muerto, en fin, de no ser porque no había nacido.

¿Adónde van los amigos invisibles de la infancia? Yo tuve uno, de nombre Rodrigo, que estaba muy mal visto en casa.

–¡Tienes ocho hermanos! -me gritaba mi madre–. ¿Para qué necesitas un amigo invisible?

Eso mismo me preguntaba yo, para qué lo necesitaba. Pero era Rodrigo el que me necesitaba a mí; de lo contrario, nunca se me habría aparecido, eso es lo que pienso. Era yo más una creación suya que él un invento mío. Al final, harto, supongo, de las críticas maternas, desapareció de un día para otro. ¿Qué fue de Rodrigo? Ni idea. Lo único cierto es que no murió porque no había nacido.