Mientras en las cadenas de Tv públicas alemanas, los debates políticos se centran en qué tipo de coalición tripartita gobernará el país, lo que más debe importarnos a los ciudadanos del Sur de Europa es quién será el próximo ministro de Finanzas.

Ese puesto clave, que ocupa ahora el socialdemócrata y candidato a canciller federal Olaf Scholz, se lo disputan ardientemente el líder de los liberales, Christian Lindner, y el copresidente de los Verdes Robert Habeck.

Ambos tienen ideas muy distintas en materia tanto de impuestos como de presupuesto y de quién se lleve al final gato al agua dependerá no sólo la orientación económica del país, sino también el futuro de Europa.

Como explica el semanario Die Zeit, para los liberales, el dinero público sirve sobre todo para disciplinar a los ciudadanos y al propio Estado: debe haber sólo lo suficiente para que los ciudadanos trabajen y el Estado no se hipertrofie financiando con fondos públicos nuevos programas e instituciones.

Por el contrario, para los Verdes, ese dinero es necesario para que la cada vez más urgente transformación ecológica que ambicionan no perjudique a los sectores más desfavorecidos. Es para ellos es un medio eficaz para aminorar los conflictos que necesariamente conllevará ese proceso.

Los ecologistas quieren reformar lo que los alemanes califican de «freno a la deuda», es decir la imposibilidad de que el Estado se endeude más de lo establecido constitucionalmente para financiar sus programas públicos. Al mismo tiempo abogan por flexibilizar las reglas presupuestarias europeas.

El actual titular de ese ministerio, Scholz, tuvo ya un papel clave en la flexibilización de esas reglas tanto en Alemania con el programa para la lucha contra la covid-19 como en Europa con el lanzamiento del plan de recuperación, el mayor paquete de estímulo jamás financiado en el continente.

El dirigente socialdemócrata fue también decisivo para el logro, en el marco del G7, del acuerdo sobre un impuesto mínimo global del 15 por ciento para las empresas multinacionales, a las que se quiere obligar a que tributen allí donde venden sus productos y no donde tienen su sede fiscal.

Habeck, que ha leído, entre otros, a la economista estadounidense Marianna Mazzucato, es consciente del papel que puede y debe asumir el Estado en la resolución de los problemas sociales.

Después de cuatro décadas de liberalización de la economía, proceso que sólo ha servido para acentuar la desigualdad social en todo el mundo, ha llegado en su opinión el momento de fijar nuevas y aumentar las inversiones públicas siempre que sea necesario.

Para los Verdes, escribe Die Zeit, el problema que se plantea no es ya, como pensaban ellos mismos antes, si las deudas de hoy serán una carga para las próximas generaciones, sino si para éstas será de algún provecho el que las arcas del Estado estén rebosantes mientras las escuelas se derrumban y las catástrofes naturales se suceden con cada vez mayor frecuencia.

Por el contrario, para Lindner, los gastos del Estado son más bien el problema que la solución. El dirigente liberal quiere bajar los impuestos a las empresas para que éstas puedan desarrollar su potencial, y todo lo contrario es para él «socialismo».

Es un político que está en la tradición del llamado «ordoliberalismo», para la que el Estado debe tener siempre una intervención mínima que se limite a regular los fallos del mercado o cuando se produzcan situaciones monopolísticas. Sus posiciones distan mucho no sólo de las de los Verdes, sino también de las del sector mayoritario de los socialdemócratas.

Cuando al comienzo de la crisis del coronavirus, los países de la UE aceptaron la mutualización de la deuda, Scholz habló de un momento «Hamilton» europeo, en referencia al político norteamericano Alexander Hamilton, que abriría el camino a unos futuros Estados Unidos de Europa.

Todo lo cual es tabú para los liberales de Lindner: el programa electoral del partido dejaba ya absolutamente claro su oposición a una deuda y unos impuestos europeos. Nada de dinero alemán para financiar a países que puedan quebrar como estuvo a punto de suceder con Grecia.

No debe extrañar pues que el diario italiano La Repubblica se refiriese recientemente a la posibilidad de un futuro ministro de Finanzas Lindner como «una catástrofe».