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El miedo a la palabra España

Con el nacionalismo suele pasar lo mismo que con el machismo, los machistas siempre son los otros. La palabra España no se utiliza con naturalidad. Algunos prefieren hablar del Estado y otros utilizan la nación, sin más. Según el consenso constitucional, España es un Estado y una nación. La incomodidad con la palabra España proviene del hecho que nunca se culminó el Estado-nación homogeneizado que Francia consiguió en su momento. De manera que, en demasiadas ocasiones, la derecha ha querido monopolizar la nación y la izquierda, el Estado. Curiosamente, a quienes desde la periferia han querido reivindicar una concepción nacionalmente plural del Estado, han sido calificados de «nacionalistas» y el colmo de la paradoja ha sido cuando esta oposición se ha trasladado al eje monarquía-república. Algunos discursos en la convención del PP, algunas enmiendas en el próximo congreso del PSOE o a la aparición el martes de un diario con el nombre de El Periódico de España, editado por Prensa Ibérica, han puesto sobre la mesa este debate, mucho más nuclear y menos superficial de lo que aparenta.

Escuchar lo que dijo la semana pasada Aznar sobre España y la conquista de América debe de entusiasmar a muchos españoles según su cálculo electoral. Pero da miedo a un número similar, o superior. El discurso final de Pablo Casado fue en la misma línea. Se trata de una idea de la nación que fortifica sus fronteras con la extrema derecha pero que expulsa a muchísimos españoles, no solo a los que se quieren separar, sino a los que la querrían de otra manera, que no identifique la unidad con la uniformidad ni la diversidad con la disolución. La peculiaridad es que España es una idea de la que se ha apropiado intelectualmente la derecha en sus versiones más extremas hasta confiar su defensa antes al Ejército que a la escuela. La izquierda desde el retorno de la democracia ha preferido no librar esa batalla o no ha sabido cómo hacerlo. Hasta el punto de que España ha pasado a ser una palabra tabú sometida a todo tipo de eufemismos. Los congresos son federales y no nacionales y los partidos son españoles y no de España. La palabra para muchos está connotada políticamente por un nacionalismo tan banal que resulta imperceptible para quienes lo protagonizan, pero también para los que deberían oponer una alternativa. De manera que el peso de la dialéctica sobre España la han protagonizado la derecha y la periferia, con la izquierda como espectadora.

Un repaso a las enmiendas presentadas al próximo congreso del PSOE pone sobre la mesa este problema. El socialismo ha vendido en demasiadas ocasiones la defensa de una concepción plural de España como una concesión a sus aliados parlamentarios antes que como una convicción. Es un regalo que le ha hecho a la derecha que, para imponer su idea de España ha tenido suficiente con confrontarse con la periferia, y no con la oposición. Pero en el PSOE gana terreno la idea de que la izquierda solo podrá gobernar si defiende una idea inclusiva de España y confronta con el ayusismo-aznarismo, defensor de que España es Madrid y Madrid es España. En esta convicción ya no están solo los socialistas desde Catalunya sino también desde Valencia, Baleares, etc. Pedro Sánchez intuye algo de esta necesidad cuando retira la ley audiovisual para defender la pluralidad lingüística o cuando propone descentralizar las instituciones del Estado.

Max Weber dejó claro en su momento que las ideas preceden a las transformaciones. Juan Pablo Fusi ha escrito un libro que resume las ideas que han sustentado el concepto de España en el último siglo. En Pensar España explica cómo dos grandes corrientes han inspirado los discursos políticos sobre España: Manuel Azaña atribuyó todos los males a la debilidad del Estado mientras que José Ortega y Gasset lo hizo a la falta de nacionalismo. Y ahí sigue el debate cómo se ve estos días. Para afrontarlo, hay que perder el miedo a la palabra y ponerle España al nombre de un diario es una manera de hacerlo, no para seguir entregándola en manos de la derecha uniformizadora sino brindándola a los que la reconozcan diversa, o sea, como es.

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