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editorial

Tras la pandemia

Miles de aficionados blanquiazules asisten hoy en el Heliodoro al partido del CD Tenerife contra el Amorebieta, cuya recaudación se va a destinar íntegramente a las personas más afectadas por el volcán de La Palma. También en Gran Canaria, unos 12.000 canarios disfrutaron del partido entre Las Palmas y el Fútbol Club Cartagena. El martes, en el mismo escenario, el estadio de Siete Palmas, los amarillos protagonizaron un encuentro mixto y solidario con los damnificados por el Tajogaite en el que la parte femenina de los equipos la aportó el Egatesa Granadilla, de la Primera División Femenina. Asistieron 3.373 personas. El próximo sábado se espera un derbi en Gran Canaria entre la Unión Deportiva Las Palmas y el Club Deportivo Tenerife vibrante, como siempre, sea cual sea el juego y el resultado. Con mascarilla, sin poder comer ni fumar, pero sin necesidad de guardar distancia de seguridad.

Nunca desde el inicio de la pandemia Canarias había vivido una concentración multitudinaria de este calibre, que permite recuperar bastante de la normalidad del pasado y arrinconar la pesadilla en que el virus nos sumió durante dieciocho meses. El levantamiento de las restricciones, con las reducciones a nivel 1 de la alerta sanitaria en Tenerife y Gran Canaria, no despeja algunas circunstancias contradictorias.

Aunque ya es posible acudir al fútbol con la pandilla de amigos casi como hacíamos antes o a las aulas con los compañeros de estudios, todavía muchos servicios, administrativos y sanitarios, públicos y privados, aplican blindajes. Cierto que cada vez menos.

Los mismos niños pequeños que presenciaron los citados partidos y que acudirán al duelo regional del próximo sábado mezclándose con miles de aficionados, volverán mañana al colegio integrados en un grupo burbuja que les impide en los recreos jugar y relacionarse con amigos de otras clases.

Los padres que los llevaron al estadio seguramente se abrazaron eufóricos en algún lance con el vecino del asiento contiguo. Esas mismas personas no pueden acudir en cambio a las dependencias de algunas administraciones públicas a realizar una gestión, por sencilla, fácil y rápida que resulte, sin reservar fecha. Y vaya usted a saber para cuándo se la otorgan con tal de evitar las aglomeraciones en determinadas oficinas públicas, municipales, regionales y estatales que esa es la justificación para mantener el filtro.

En estos últimos meses, muchos pacientes perplejos no acertaron a comprender cómo podían acudir a un hospital para una consulta presencial con un especialista y no comparecer ante su médico de cabecera. Como si los virus tuvieran predilección por infectar a un tipo determinado de facultativos.

Aunque el atasco de algunos centros de salud no remite, hubiera bastado para aliviarlo con poner en funcionamiento aplicaciones que permitiesen la acotación telemática de hora, una iniciativa incomprensiblemente poco o nada utilizada. Difícil de entender la ausencia de criterios uniformes y formas tan diametralmente opuestas de valorar la repercusión de los aforos.

Hasta hace unas semanas unas peluquerías seguían requiriendo a sus clientes el nombre y el DNI porque nadie les indicó lo contrario; otras, no. Los sacerdotes desconocían si debían mantener los límites para las misas y la separación en los bancos. Cada cual operaba por su cuenta. Las servilletas de papel han volado definitivamente de muchos establecimientos sin causa justificada. La epidemia da sus últimos coletazos igual que empezó la andadura: rodeada de cierta confusión entre lo que se puede y no se puede realizar y con los ciudadanos desconcertados.

Y algo que había forzado transitoriamente la anómala situación sanitaria, la drástica reducción de las visitas a enfermos en los hospitales, parece que aterrizó para quedarse. ¿Cuánto hay en esa idea de preocupación por cuidar al paciente y cuánto de incomodidad ante familiares inquietos deambulado por los pasillos?

Algo similar ocurre en las delegaciones de los ministerios, las sedes de las consejerías y las casas consistoriales. Con un solo día de teletrabajo, con el personal retornado a los despachos, persiste mayoritariamente el sistema de cita previa para encapsular usuarios. Hasta los propios funcionarios admiten su sorpresa por la fortificación de los mostradores. El problema no consiste en llamar por teléfono, sino en que alguien lo coja y el turno faculte para cumplir el trámite en plazo.

Llega la hora de la recuperación, sí o sí. Nada habremos aprendido de la dura pérdida de libertades y el confinamiento aprovechando sus consecuencias para deteriorar de tapadillo prestaciones consolidadas. No se trata de correr riesgos innecesarios, pero por sentido común, en pleno proceso de modernización de las administraciones, una sacudida tan profunda emerge como palanca ideal para provocar un giro a la altura del desafío de este momento.

Entre los muchos retos que debe replantearse Canarias para su futura prosperidad es transformar radicalmente el sentido de servicio público en sus variadas vertientes, algo que ya figuraba de antemano en el guion. Para reforzar y dotar de eficiencia la atención, no para enlentecerla y dilatarla.

La historia nos enseña que todo es efímero y pasa. La vida siempre sorprende con interrelaciones complejas y reveses imposibles de prever. Cada canario acaba de experimentarlo por sí mismo. Después de crear una red de protección suficiente, son tiempos para crecer y buscar un diagnóstico común sobre la situación de Canarias que dé con los aceleradores que reanimen y expandan una economía debilitada, limitando sus vulnerabilidades y potenciando sus mejores frutos.

No necesitamos mutaciones epi¬dér¬mi¬cas, ni debates o des¬ga¬rros emo¬cio¬nales, sino una serena visión global que devenga en reformas estructurales inspiradas en una gestión rigurosa, austera y ejemplar de los recursos. Lo que hagamos aho¬ra re¬sul¬tará cru¬cial pa¬ra que la Canarias que esta generación legue progrese adecuadamente.

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