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Francisco Pomares

Invitados a la fiesta

El Gobierno aprobó el jueves el proyecto de Presupuestos 2022, probablemente las últimas cuentas en las que Pedro Sánchez podrá gastar como si no hubiera un mañana. Primerio, porque en el 2023 no habrá probablemente presupuestos, o si los hay, lo será sin el apoyo de catalanes y vascos, que dejarán de apoyar al Gobierno o erxigirán a cambio de ese apoyo una cuota inasumible. Y es que a partir de 2023, se van a acabar las alegrías: la UE se pondrá cosaca con el déficit y la deuda, y habrá que dejarse de juergas. Bruselas volverá a las reglas fiscales en 2022, y no permitirá más presupuestos expansivos. Pero para entonces, Sánchez ya estará metido en campaña electoral, vendiendo que ha demostrado con su gestión que otra forma de hacer las cosas es posible. Concretamente, es posible hacer las cosas gastándose ahora un dinero que habrá que pagar después, pero que serán otros –nuestros hijos y nietos- los que pagarán sufriendo una fiscalidad voraz o renunciando a pedazos enormes en el reparto de la tarta del bienestar.

Al Gobierno –con la excepción de Nadia Calviño, vicepresidenta silenciosa de Asuntos Económicos- eso no parece importarle mucho. Están en el aquí y ahora, y ahora las cifras de inversión de este concreto presupuesto, negociado directamente entre el presidente y su ministra de Trabajo y heredera de Pablo Iglesias en los destinos podemitas de dentro y de fuera del Gobierno, suponen récords históricos en el gasto público español, gracias a los 70.000 millones gratis de los fondos europeos de reconstrucción. La pasta se destina e multimillonarias inversiones para levantar el PIB caído, y también a indisimuladas operaciones de ingeniería social, basadas en repartir pasta a mansalva. Una parte importante de los recursos de Bruselas irán a políticas de Vivienda. El PSOE acabó por ceder a las presiones de Podemos en la cuestión de los alquileres, pero remató con el bono de alquiler para jóvenes (de hasta 35 años), una suerte de ¡y yo más!, que se repite después con lo de los 400 euros del bono cultural como regalo de cumpleaños a todos los que alcancen la mayoría de edad legal para poder votar en 2022.

La política esta de repartir pasta a la gente, al margen de que la necesite o no, se me antoja una herencia del disparatado ‘cheque bebé’ de Rodríguez Zapatero, cuando al Gobierno le salían los dineros por las orejas, justo en la antesala de la crisis de 2008. No creo yo que sea muy socialista esto de repartir pasta como regalo de cumpleaños. Si se trata de inyectar recursos a la industria cultural –que bien necesitada anda- mejor sería hacerlo con políticas específicas, no con una pedrea vinculada a la mayoría de edad indiscriminada: 400 euros para ayudar al desarrollo cultural de un joven de una familia desestructurada y sin recursos no valen lo mismo que 400 euros para que el piberío de un barrio pijo se los gaste en comprarse los cuatro últimos videojuegos. Y si no quieren renunciar a la idea de hacer un regalo de cumple, digo yo que sería más útil y más decente darle esos 400 euros a los que cumplan los setenta y han estado estos dos duros años tirando de sus pensiones para mantener a sus nietos. Repartir pasta porque sí no construye ciudadanía.

Y además, luego hay que pagarlo. Este Gobierno debería saber que desde que empezó este siglo, hace 21 años, España ha retrocedido en el proceso de convergencia europea. La renta media de los españoles se aleja de la renta media europea, y además Europa crece más lentamente que el resto del mundo. Eso es lo que debería intentar corregir el Gobierno. Pero prefiere tirarle caramelos a los pibes, como si esto fuera una cabalgata de reyes…

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