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Nobel, demoler la mala fama

Esta es la semana de los Premios Nobel, los galardones más famosos del mundo que reconocen la trayectoria de grandes personalidades de la ciencia, la salud, la literatura y los derechos sociales. El viernes se vivirá el momento culminante cuando el Instituto Noruego del Nobel comunique a quien se le otorga el Premio Nobel de la Paz.

Como es sabido, estos galardones nacieron por voluntad del inventor sueco Alfred Nobel, que al morir, en 1896, dejó una disposición testamentaria para crearlos. Dice la leyenda que la idea le vino en 1888, cuando un diario francés publicó erróneamente su necrológica a raíz de la de la muerte de su hermano Ludvig. El obituario en cuestión, titulado «el mercader de la muerte ha muerto», recordaba que Alfred Nobel era el inventor de la dinamita y que se dedicaba al comercio de armas. Se dice que cuando aquel artículo llegó a sus manos, se dio cuenta de que no le gustaba la forma en que sería recordado en un futuro cuando él traspasara. Algunos biógrafos ponen en duda la veracidad de esta historia, pero sea como sea, lo cierto es que en 1901 se pusieron en marcha sus premios y desde entonces el apellido Nobel ha quedado asociado a un hecho positivo.

Ahora bien, durante el siglo XIX no era así. Y no solo por Alfred, sino también por su padre Immanuel Nobel, nacido en 1801. A pesar de ser de extracción humilde, estudió ingeniería agrónoma y se dedicó al mundo de la construcción. En 1833, ya casado y con tres hijos (entre ellos Alfred), tuvo problemas económicos y reorientó sus negocios hacia el sector químico, especializándose en el ámbito de los explosivos. Con la voluntad de hacer fortuna, se marchó a Rusia para instalarse en San Petersburgo, donde estaba la corte de los zares. Fue el propio Nicolás I en persona quien se interesó por las minas navales ideadas por el sueco y las incorporó al arsenal del ejército ruso. Aquellas armas fueron utilizadas en la guerra de Crimea (1853-56) durante la defensa de Sveaborg y de Kronstadt.

Gracias a los contactos con la corte, Immanuel fue aumentando su fortuna y se quiso asegurar que los hijos seguirían sus pasos. Por eso los preparó para el mundo de los negocios dándoles una formación de primer nivel. Alfred, por ejemplo, hablaba sueco, ruso, alemán, inglés y francés. Y estudió ingeniería química en París.

En 1863 la familia se dividió. Mientras los hermanos mayores del Alfred se quedaban en Rusia dirigiendo sus propios negocios, él acompañó a sus padres en el regreso a Suecia. Immanuel había tenido que cerrar su empresa a raíz de nuevos problemas económicos. Y es que a pesar de que el uso de las minas había sido un éxito durante algunas batallas concretas, el Imperio ruso cayó derrotado en Crimea. Esto provocó una profunda crisis en San Petersburgo, sumada al relevo en el trono tras la muerte de Nicolás I, el principal valedor de Immanuel. El heredero, Alejandro II, estaba demasiado ocupado en reprimir los movimientos de oposición interna para invertir en industria de guerra. Rusia ya no era un buen lugar para los negocios.

Así pues, los Nobel siguieron con su actividad en la tierra que los había visto nacer. En 1864, durante uno de los experimentos con nitroglicerina hubo un terrible accidente. Una de las víctimas mortales fue Emil Nobel, uno de los hermanos pequeños de Alfred. Esto afectó tanto a Immanuel que no fue el mismo jamás. Murió el 3 de septiembre de 1872, el día exacto del octavo aniversario de la muerte de su hijo.

A partir de ese momento, Alfred Nobel tomó las riendas del negocio, consiguió reflotarlo y amasó una gran fortuna. Sus explosivos eran muy útiles para la industria minera, que entonces vivía un gran momento a raíz de la revolución industrial, y también servían para equipar los ejércitos en una época en que la política internacional se basaba en la expansión territorial colonialista y en intimidar la adversario mediante el potencial militar. El resultado de aquella carrera armamentística y expansiva fue el estallido de la Primera Guerra Mundial. Pero por aquel entonces Nobel hacía casi veinte años que había muerto y su apellido ya era el título de los Premios que tanta atención acaparan esta semana.

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