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Juan José Millás

Perder los nervios

Encender la tele es como encender la otra cabeza: la que sin ir sobre nuestros hombros también nos pertenece. En ella habitan hombres y mujeres de rostros familiares que nos cuentan cómo va el mundo. El mundo va exactamente igual que ayer, pero eso también nos tranquiliza, aunque vaya fatal. Mucha gente lo dice:

-Llego tan agotado a casa que para lo único que tengo fuerzas es para encender la tele y aturdirme con ella.

La tele es la cabeza aturdidora mientras que la que llevamos sobre los hombros es la cabeza angustiadora. La cabeza que llevamos sobre los hombros es la encargada de gestionar el trabajo, o su ausencia, la economía, la relación con los hijos o los padres, la relación con los vecinos y con uno mismo. La cabeza que llevamos sobre los hombros ha de preocuparse de que no se acabe la bombona de butano antes de que llegue la de repuesto, ha de controlar el consumo de luz y revisar el nivel de aceite del motor del coche. Antiguamente, esto último se hacía introduciendo una varilla en las entrañas del vehículo y sacándola enseguida para ver hasta dónde llegaba la mancha. Ya no creo que lo haga nadie con los nuevos motores, no lo sé, pero lo de la varilla es muy metafórico. Hay varillas invisibles con las que medimos nuestro nivel de estrés, de agotamiento existencial, de repugnancia social.

La cabeza que llevamos sobre los hombros no puede con todo. La que se encuentra a tres o cuatro metros del sofá, en cambio, lo mismo te explica el comportamiento de un volcán que el último incidente del Congreso sin que Pedro Piqueras, por poner un ejemplo, dé muestras de desesperación. En la tele, que, ya digo, es una cabeza alternativa, no se pierden los nervios nunca, a menos que sintonices un programa de pérdida de nervios, claro. Hay gente a la que la pérdida de nervios que se produce en la cabeza alternativa le sirve para relajar la tensión de la que lleva sobre los hombros.

A veces, mientras veo lo que ocurre en la cabeza alternativa, cierro los ojos y me echo un sueño. Al despertar, Matías Prats, sin dejar de informar de lo que estaba informando, me observa unos segundos con expresión de censura. Esa mirada también me tranquiliza.

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