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Los volcanes y las religiones

Antes de que la humanidad desarrollara el conocimiento científico para lograr responder a los grandes enigmas que nos rodean, la angustia de convivir con la incertidumbre de un entorno imprevisible se calmaba con la religión. No existe ninguna civilización humana que no haya desarrollado su propio sistema de creencias para explicar lo que escapa a su capacidad de comprensión: la vida, la muerte, los fenómenos meteorológicos, los desastres naturales... Las erupciones volcánicas no son una excepción. De hecho, el término proviene del dios romano Vulcano, que era la divinidad del fuego. En su honor se celebraba, cada 23 de agosto, la Vulcanalia, una ceremonia que consistía en tirar unos cuantos pececillos al fuego a cambio de que el dios protegiera a los humanos de ser devorados por las llamas. La presencia del Etna en Sicilia y del Vesubio junto a Pompeya hacía que se tomaran aquella ceremonia muy en serio.

Los volcanes y las religiones

Se suele decir que los romanos copiaron sus divinidades de los griegos y, con cierta ligereza, se hacen equivalencias entre unos y otros, como si fueran la misma cosa. Esta asimilación no es del todo exacta. Más bien, los romanos incorporaron parte de los mitos y creencias de los helenos, pero nunca fue un simple copiar y pegar. En el caso que nos ocupa, el Vulcano romano tenía semejanzas con el Hefesto griego. Este era un dios hábil con la forja y tanto podía crear las joyas más deslumbrantes como las armas más resistentes y mortíferas. Los griegos creían que tenía su taller en las entrañas de los volcanes. Mientras tanto, en el otro lado del mundo, los volcanes eran morada de otras divinidades.

Sin lugar a dudas, uno de los volcanes más famosos del mundo es el Kilauea de Hawai. Para los autóctonos es el hogar de Pele, diosa del fuego, los rayos y los volcanes, pero también de la danza y de la violencia. Según la mitología de la zona, era originaria de Tahití, de donde se habría marchado porque siempre se peleaba con su hermana, la diosa del agua, Namaka.

Este tipo de metáforas e interpretaciones divinas son habituales en todas partes donde hay actividad volcánica. Uno de los lugares donde más se ha estudiado este fenómeno es en el sudeste asiático. Allí los reinos lo utilizaban para legitimar su poder, ya que el soberano se presentaba como el único capaz de actuar como mediador entre lo divino y el mundo terrenal. Parte de este tipo de creencias han perdurado en el tiempo. En el centro de la isla de Java está el Merapi, uno de los más activos del mundo. La lava siempre ha seguido el mismo recorrido y eso generó la leyenda de que el rey Senotapi, del reino de Mataram, había pactado con los espíritus del volcán la protección de aquel territorio; a raíz de esto, cada año se hacen ofrendas para renovar el pacto. En 1994, sin embargo, por primera vez la lava se acercó al palacio desde donde se oficiaba el ceremonial y la población lo interpretó como una advertencia de los espíritus para mostrar su disgusto con los gobernantes. Y es que, al igual que la autoridad intenta reforzar su rol con el argumento del control de los fenómenos naturales, si estos producen daños pueden acabar convirtiéndose en detonantes de revueltas, ya que son recibidos como la prueba definitiva del mal hacer de los gobernantes.

La construcción religiosa y simbólica alrededor de fenómenos como la actividad volcánica se basa en la observación del entorno y esto ha dado pie a historias de todo tipo. En México, por ejemplo, el perfil sinuoso de dos volcanes cercanos inspiran una leyenda de amor eterno. Según la tradición, Iztaccíhuatl es el cuerpo de la hija del caudillo muerta de pena al creer que su prometido había perdido la vida en una batalla. Cuando el chico, de nombre Popocatépetl, volvió sano y salvo la enterró con un gran túmulo y prometió velarla para siempre. Desde entonces han seguido juntos y el paso del tiempo los ha convertido en volcanes cubiertos de nieve.

Nadie duda de que la ciencia nos ayuda a entender muchas cosas y a terminar con supersticiones absurdas, pero los mitos, las leyendas y las historias continuarán pasando de generación en generación porque nos hacen sentir más a gusto en este mundo imprevisible en el que vivimos.

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