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Alfonso González Jerez

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Alfonso González Jerez

Gobernar las crisis

En una ocasión un compañero de partido le comentó al gran democristiano Amintore Fanfani – entonces fuera del Gobierno– que su sucesor estaba sufriendo múltiples crisis y no sabía cómo reaccionar. Fanfani pareció asombrado. «Pero entonces puede distraernos poniéndose el traje de una crisis de cada día… Mejor tener muchas crisis que no molesten a todo el mundo que tener una crisis que fastidie a todos». Fanfani, por supuesto, tenía razón, pero haría falta todo su talento camaleónico –vale decir: cristianodemócrata– para ponerla en práctica. No es el caso de Ángel Víctor Torres, por supuesto, pero curiosamente nadie se le comenta.

Toda la atención política se centra en La Palma, donde gracias a unos servicios de emergencias –y un Povolca– que se han ampliado, revisado y perfeccionado con el paso de los años no ha habido que lamentar un muerto. Ni siquiera un herido. La crisis volcánica de La Palma –y su impacto económico, social y medioambiental– es y debe seguir siendo una prioridad de las administraciones públicas, pero no puede ocupar todo el espacio de la política canaria. Y se corre ese peligro obviamente, porque la erupción estalla cada día, cada hora, con una fuerza simbólica y psicológica que fascina, perturba y llega a obsesionar en su terrorífico esplendor. Pero vivimos y viviremos gestionando crisis en los próximos años. Nuestro horizonte no es una tranquilidad pancista que se fue definitivamente al traste en la crisis de 2008, sino la habilidad y resilencia en la gestión de las crisis que se agudizarán, acumularan o surgirán en el futuro. Los gobiernos de Canarias, a partir de ahora, más vale tarde que nunca, deben asumir que les tocará básicamente desactivar crisis o aprovecharlas a partir de un nuevo modelo de gobernanza a diseñar entre todos los actores políticos. El turismo de masas se agostará en las próximas décadas y Canarias envejecerá como destino preferente. El cambio climático amenaza nuestro desarrollo y la conservación de nuestros ecosistemas. La sociedad canaria envejece y baja la natalidad. La desigualdad no ha hecho más que crecer, y las políticas asistenciales tienen sus límites. El maná financiero que llueve desde Bruselas se secará del todo antes de un lustro y muy pronto se exigirá de nuevo control del gasto, equilibrio presupuestario y austeridad. El desarrollo socioeconómico de Marruecos y la situación general del Magreb puede suponer –lo hará– la semilla de una nueva crisis. Nadie recuerda apenas lo que se consideraba la normalidad antaño. Pero no volverá. Entramos en un periodo duro, intenso, cambiante y crítico de nuestra historia. En Canarias no se debería seguir gobernando igual mientras se enmascaran puerilmente las responsabilidades de todos los grandes partidos a lo largo de los cuarenta años de autonomía. Son imprescindible tres cosas: acuerdos amplios transversales, una reforma para una administración autonómica más ágil y rápida, eficiente y eficaz y una postura muy activa y proactiva frente a Madrid y Bruselas.

Ahora todo es La Palma. Pero solo el pasado domingo llegaron más de 340 migrantes a las costas de Canarias. En ocho pateras: siete tocaron Lanzarote y una el sur de Gran Canaria. Ya son cerca de 11.000 personas desde el pasado enero y no podemos contar todos los que se han ahogados o muertos deshidratados durante la travesía. Por supuesto, Lanzarote está al límite. No dispone de los suficientes recursos de acogida. Han circulado imágenes de una nave don docenas de migrantes hacinados. Una nave mal acondicionada con charcos y mantas y colchones insuficientes. Ellos también tienen su volcán. Les quema en el pecho. A menudo lo han perdido todo, salvo la esperanza, y les aguarda, si tienen mucha suerte, un doloroso proceso de arraigo. Como siempre el Gobierno de Canarias mira hacia otro lado. No se preocupen, ya se los llevarán. Circulen y no miren. No nos queda empatía para todos.

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