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Luis Ortega

Gentes y asuntos

Luis Ortega

Todoque

De todos los ángulos, con cámaras de distinto formato y con el mismo interés, los profesionales del medio que nos ofrecieron la primicia del ruidoso nacimiento volcánico, una semana después, exactamente, nos encogieron el estómago y el ánimo con una imagen que resumió, con rotundo efectismo, los desastres provocados por la lava desatada desde el cráter de Cabeza de Vaca, que castigó con crueldad los municipios de El Paso, donde se abrió el cráter principal, Los Llanos, la víctima inmediata; y, por último, Tazacorte.

Desde los primeros días, los edificios de la parroquia, el ambulatorio y la asociación de vecinos se convirtieron en símbolos de la resistencia y la esperanza de un lugar en riesgo inminente. Colegas de oficio, vecinos y queridos amigos –algunos con comunicación diaria como el llanense Roberto Cutillas– concentramos en ese núcleo sitiado las escasas posibilidades de salvación de un pueblo –llámenlo aldea, pago o localidad como en la moderna geografía– acaso porque el torrente negro y pesado, sonoro y ardiente, se detuvo por azar ante sus mismas puertas.

Pensamos, con ingenuidad tal vez, que mientras existieran los sitios para atender la salud de los cuerpos y las almas y para el encuentro ritual o extraordinario de la gente, Todoque mantendría su nombre –uno de los muchos topónimos auritas comenzados con la T– y su futuro. La ilusión, más querida cuanto más remota, se fundió definitivamente en la tarde de un domingo sin campanas y en una carretera y calle mayor, por anchura y extensión, sin tráfico.

En las vísperas agitadas en las que los nativos, azuzados por las normas y con la ayuda eficaz de los agentes del orden, reunían en cuartos de hora los elementos más valiosos o necesarios de toda una vida, la iglesia, el ambulatorio y el recinto vecinal les animaban con la perspectiva del regreso en un tiempo mejor. Con ese incentivo muchos volvieron cuantas veces permitió el prudente protocolo de protección civil que evitó las víctimas humanas.

Hoy, con el derrumbe de la torre y la desaparición del conjunto reflejada en términos que no alcanza el mejor cine, multiplicó la amargura y el pesimismo. La iglesia dedicada a San Pío X –tan recordado por su caridad con los pobres, como por su rigor contra el modernismo imparable durante su papado entre 1903 y 1914– salvó las imágenes, las pinturas, los ornamentos y el modesto ajuar litúrgico y tendrán hueco y uso, si somos consecuentes y solidarios en otro lugar del renacido Todoque. Roberto Cutillas me remitió fotos del templo en construcción con consignas optimistas para el mañana.

La inmediatez de la seguridad, el techo y el sostén de los damnificados no tiene porque obviar el sagrado derecho de la recuperación de la patria chica, el lugar de la luz primera, el terrón con el que fajarse, el oficio que eligieron, el lugar de los hijos y los padres, el primer escalón del amor y la memoria.

Con todo, una nueva torre anunciará con bronce joven los afanes y fiestas de siempre y pronto, si todos empujamos, Los Llanos de Aridane recuperarán Todoque y Todoque la identidad construida a lo largo del último siglo.

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