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OBSERVATORIO

Una minúscula mota de polvo

Los humanos vivimos en un cosmos cuyas dimensiones sobrepasan nuestra imaginación. Podemos medirlo, pero faltan palabras para explicar de manera inteligible su magnitud. El Sol, que domina nuestro cielo y nos da vida, es una estrella ordinaria, común y corriente, una más entre la gran multitud que constituyen nuestra galaxia. Y esta última, la Vía Láctea, tan solo es una más entre el inmenso enjambre de galaxias que se extienden en todas las direcciones del espacio, tan lejos como nuestros telescopios nos permiten llegar.

Toda la historia que ha conducido a nuestra civilización global se ha desarrollado en un planeta que, en este contexto cósmico, no es más que una minúscula mota de polvo, un insignificante «punto azul pálido», en palabras de Carl Sagan. Escuchar y asimilar la profunda reflexión de este conocido científico en su vídeo “un punto azul pálido” debería ser más una obligación que una recomendación, en los centros de educación de todo mundo.

La aventura de nuestra especie en este diminuto reino que es la Tierra resulta, con todas sus luces y sombras, fascinante. Sin embargo, ello no debería llevarnos nunca a olvidar una abrumadora lección de humildad: la que se desprende del hecho de que nuestra Vía Láctea esté formada por unos 100.000 millones de estrellas y que dicha galaxia no es más que una entre otras cien mil millones. Los científicos prefieren expresar tales cifras de forma exponencial, contando el número de ceros, para explicar que existen alrededor de 1.011 galaxias, cada una de las cuales incluye 1.011 estrellas, lo que equivale a decir que el cosmos estaría integrado por alrededor de 1.022 estrellas. Esta cifra expresada de forma exponencial resulta más compacta y más conveniente para realizar cálculos, pero esconde el hecho de que el Sol, nuestra venerada estrella, no es más que una entre diez mil trillones. De hecho, para comprender el verdadero significado de la palabra «asombroso» nada resulta más apropiado que pensar en un universo formado por 10.000.000.000.000.000.000.000 de estrellas y probablemente, como mínimo, otros tantos planetas.

Ante estos números, de forma casi automática, surge la pregunta de cuál es el sentido del cosmos. ¿Por qué existe algo tan asombroso? La pregunta es profunda, pero no es una cuestión que la ciencia sepa cómo responder y, de hecho, los científicos nos sentimos incómodos ante este tipo de interrogantes porque somos incapaces de discernir fines o propósitos en la naturaleza. Otra cosa bien distinta es tratar de saber cuándo se formó y cómo evolucionó hasta su estado actual. Unas cuestiones a las que sí podemos responder, aunque, como sucede siempre en ciencia, sea de manera preliminar y provisional.

En las últimas décadas, el trabajo de astrónomos y cosmólogos se ha materializado en un conocimiento básico de la historia del universo. Hasta hace unos cincuenta años, el debate se centraba en torno a dos opciones. ¿Ha existido el cosmos desde siempre con una configuración aproximada a la actual, de modo que podemos hablar de un universo estático? ¿O tuvo un principio, un momento inicial, conocido como Gran Explosión o Big Bang? Un universo estático, que siempre ha sido como el actual, equivale a decir que en realidad carece de historia, mientras que un universo que nace y posteriormente evoluciona es un sujeto histórico. Hoy en día sabemos, más allá de cualquier duda razonable, que la segunda opción es la correcta.

Obviamente, sería ridículo pensar que el universo se originó para servir de guardería a una especie, la nuestra, que habita en un planeta que orbita alrededor de una estrella nada especial, localizada en una galaxia común y corriente. Sin embargo, la historia cósmica debe ser contemplada como un prólogo imprescindible en el libro de la historia de la humanidad. No podemos entender la condición humana sin un cierto conocimiento de la historia cósmica que preparó el escenario para nuestro desarrollo. Por ello, deberíamos ser capaces de conciliar dos nociones un tanto contradictorias: una, que desde el punto de vista del cosmos somos absolutamente insignificantes, la otra, que desde nuestra propia perspectiva la historia cósmica constituye una herencia o legado ineludible.

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