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Ana Ortiz

Más allá de lo material

El domingo pasado, sobre todo los canarios, nos quedamos atónitos ante el espectáculo natural que provocaba la erupción de un volcán en la isla de La Palma, nuestra Isla Bonita. Hemos seguido las noticas de forma constante y visualizado todo tipo de imágenes que circulaban tanto en las redes como en las televisiones. No lo podíamos creer. Diferentes noticias circulan cada día a modo de impacto que van dejando ojos abiertos y bocas que no saben qué decir. Tras ver y saber las consecuencias o futuras premoniciones de una situación que puede llegar a ser catastrófica, uno ya no se imagina cual será el resultado final de una situación que se alargará en el tiempo. Y como tal, hará que los que lo vean de lejos, terminen acostumbrándose. Pero aquellos que lo viven de cerca, no.

Hoy justamente la que redacta leía …

“La lava avanza lentamente. Los vecinos de la zona pueden ir a evacuar sus pertenencias hasta las 19.00h”

Y así te quedas o así me quedé, fría ante el shock que produce ir leyendo una parte de la noticia. Nos impactan los datos tan específicos que te hacen sentir como si estuvieses ante la situación, y es ahí, al no estar cuando piensas en cómo sería si te hubiese ocurrido a ti. ¿Cómo estarías? Te imaginas que te lo anuncian, que te han evacuado, que no sabes qué va a pasar, el miedo y angustia de no poder saber ni ver… qué te dan hasta las 7 para ir a recoger tus cosas, ¡sí, tus cosas!. Miras tu casa, tu ropa, las habitaciones, toda una vida de recuerdos, ves cuándo te compraste esa ropa, ese ordenador, ese mueble… cuándo llenaste la despensa…dejas toda una vida atrás, todo por lo que has luchado, y después con ironía y anhelo, porque ojalá esos volviesen a ser tus problemas. Recuerdas cómo por ejemplo te has enfadado con tus hijos porque no han recogido su cuarto, o cuando te ha molestado esa grieta, esa humedad, ese desespero porque no se había hecho tal cosa u otra en la casa, esa decoración, esos detalles… Ahora todo desaparece. Todo. Y peor aún. Para siempre. Para algunos esa será su realidad, para otros su miedo y para otros, otra noticia más.

Muchas son las formas de reaccionar ante las diferentes situaciones, éstas dependerán de la cercanía o lejanía de la situación y de la posibilidad real de un riesgo personal. Habrá personas que empaticen ante todo y ante todos, habrá quien lo observe y acostumbrado a la recepción de malas noticias, carezca de empatía y como mucho soltará un “pobrecitos”.

No es la primera catástrofe natural que vivimos y muchas imágenes o recuerdos nos vienen a la cabeza. Lo que sorprende normalmente de esta situación son dos cosas, lo imprevisible de ella, es decir la sorpresa y la poca capacidad de reacción, así como la temible sensación de vulnerabilidad. El shock de levantarte un día y que de repente todo tu mundo cambie, es impactante, no hay tiempo de reaccionar y sin capacidad de analizarlo ni de prepararte psicológicamente. Se vive como si estuviese en una nube, hasta que tras pasado el peligro y superado el momento de supervivencia, se empieza a tomar consciencia de lo vulnerables que somos y de las consecuencias trágicas a nivel socioeconómico de lo que hemos superado, al menos a nivel biológico. Ambas emociones son manifestaciones del miedo y como tal lo que intentan es protegernos de lo más básico, la vida, y cubrir nuestra necesidades primarias a nivel ser humano. Casa, techo, comida… superada la de la vida, ¿cómo podemos sentirnos cuando lo hemos perdido todo? ¿En qué momento vital nos afecta? ¿Qué pensamientos o remordimientos nos vienen ahora a la cabeza? Si hubiese hecho esto, o esto otro…

Al final son todas elucubraciones de nuestro cerebro intentando asimilar, buscar salidas o posibles cambios y de lo que no es consciente es de qué ha pasado porque todavía no lo ha aceptado.

Aceptar cuesta y mucho, quizás porque muchas veces se asimila como derrota, pero realmente hemos de aprender que no es así. Nos tocó, estamos vivos y sobre todo no estamos solos. No debemos quedarnos en la pérdida, aunque cueste, duela y la lloremos. Toca seguir avanzado, con dolor, pero con energías para quizás plantearnos las cosas de otra manera, con otra perspectiva y con otras opciones. Quizás aprender a vivir de forma más intensa, menos material, más emocional. Aprender a vivir disfrutando de las pequeñas cosas, dejando atrás todo aquello que quedó bajo el fuego y la lava como ¿algo realmente importante? Habría cosas que sí… ¿pero otras?

Sacar partido a lo que nos ocurre desde el aprendizaje de lo realmente valioso en nuestra vida y esto, es una oportunidad hacia el cambio, ¿doloroso? sí, ¿necesario? no, y menos de esta manera.

Siempre recuerdo frases de mi abuelo como la de “una guerra es lo que se necesita” tanto para hacerte comer todo del plato, como para poder organizar mejor las prioridades en la vida. Un volcán no se necesita, una pandemia tampoco, unas inundaciones menos aún, y así un largo etcétera. Pero ocurren, y cada vez que ocurren, nos recolocan, y ya sea cerca o lejos, nos afectan. Si nos tocó cerca, muchísima fuerza y ánimo, porque toca seguir adelante con todo el apoyo y el equipo humano del que nos rodeemos. Si nos tocó lejos, empaticemos, pensemos, y aprendamos.

(*) PSICÓLOGA Y TERAPEUTA

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