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Luis F. Febles

El himno de los prósperos

“Nunca había estado tan enfadado y tan triste. ¿Qué podía hacer? Desesperado, miré por la ventana, y vi el cielo gris y negro, y se me ocurrió pedirle ayuda. Esa noche hubo una gran tormenta. Cuando me desperté toda la ciudad estaba cubierta por una espesa capa de hielo. Aquella tormenta iba a cambiar para siempre la vida de mi familia, y también la de mis vecinos”. Así comienza la historia de un niño de once años que vivió en Quebec y que tan bien relató Pierre Szalowski en su libro “El frío modifica la trayectoria de los peces”. De alguna manera, así empezó a construirse en nuestra sociedad un año convulso, difícil y con la metáfora didáctica de no vernos a nosotros mismos ni a los que nos rodean de la misma manera que antes de la peste moderna. Hace tan poco aplaudíamos mientras sacudíamos el temor de una pandemia de la que nos costaba pronunciar su nombre. Salíamos a los balcones y terrazas para gritar que estábamos con ellos, que nunca los íbamos a abandonar. Tanto fue que todavía hoy nos emocionamos evocando su lucha, su pundonor frente al monstruo forastero que conmutó el devenir del mundo. Luego llegó el antídoto, esa pócima de nigromantes formulada en tiempo récord. Y se presentaron más pruebas, más desafíos para una sociedad a la que todavía no le había dado tiempo de asimilar la contienda contra el virus. Y fue en esa atmósfera de novela de Stephen King donde emergieron figuras clave para la alegría del colectivo, hombres y mujeres que con su tesón y vocación de servicio público nos enseñaron el camino para enfrentar la pandemia y las calamidades contemporáneas. El Covid nos cambió la vida, como en el libro de Szalowski su año aciago. Distorsionó también la de nuestros vecinos y hasta la trayectoria de los peces. Como un capricho lejano, tan de Oriente, llegó para quedarse y soportar el ajuste de los inocentes. Y lo que se diseñó con fuerza de tormenta se tornó en una lluvia de optimismo, apaciguado con los avances y la merma del virus gracias a la destreza de la ciencia, tantas veces mentada y tan poco querida. Y claro que nos cambió la forma de inferir y entender, de descifrar la sencillez y riqueza de lo simple, de dibujar las caricaturas más exactas de las prioridades. Conseguimos tejer una red de solidaridad inusual, imposible de anudar en los tiempos donde la premura y la ligereza jubilaron a la tercera persona del plural. Esta maldita pandemia nos ha catequizado a convivir con la vulnerabilidad y mostrar sin pudor nuestras debilidades, omitiendo la infalibilidad que portaban algunos elegidos. Hemos levantado un equipo compacto, un conjunto sólido que ha alcanzado el reto de mirar de frente al monstruo y resistir con optimismo de acero. Fuimos humanidad, con el premio del orgullo merecido, pero sin bajar la guardia, valorando el resultado de tantos meses de desasosiego que maridan hoy con el himno de los prósperos en el auditorio popular. Una sintonía de esperanza que no podemos permitirnos olvidar para retar las adversidades que nos iremos encontrando como pueblo en los años venideros. Y leyendo a Benedetti me acordé de nuestra Isla de La Palma, con el corazón encogido, invocando aquellos versos del maestro uruguayo en su poema “No te rindas”. Porque la Isla Bonita “desplegará las alas, intentándolo de nuevo, sin rendirse, aunque el frío queme, el miedo muerda; aunque el sol se ponga y se calle el viento. Aún hay vida en tus sueños, porque cada día es un comienzo nuevo, porque no estás sola, porque yo te quiero”. Saldremos de esta, como salimos victoriosos de las otras, aguantando, con entereza, con el himno de los prósperos por bandera. Escribiremos una historia nueva con sonetos de ilusión y alejandrinos de certidumbre.

@luisfeblesc

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