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Francisco Pomares

Bajo el volcán

1.- Cuando Lowry escribió su libro, quería que fuera una trilogía al modo de la Divina Comedia de Dante. Pero él solo escribió la última parte, Bajo el volcán, que representaba el infierno. No había volcanes en erupción en su novela –considerada hoy entre las mejores jamás escritas en lengua inglesa– sino un territorio de cráteres –México–, y un hombre alcoholizado –Geoffrey Firmin–, derrotado para siempre en la noche de los muertos de Cuernavaca, entre el olor de la pólvora y los vapores del mezcal. El volcán interior de Lowry inspiró a Houston una de sus últimas y mejores películas, y en ella vimos los sueños del excónsul Firmin, interpretado por Albert Finney en su papel más aplaudido, consumirse para siempre en una cuneta…

2.- Ayer tarde, fascinado por el esplendor del volcán y su alma telúrica abandonando la tierra a borbotones, vi cómo uno de los regueros de lava que bajaban de Cabeza de Vaca abrasaban a su paso una vivienda de El paraíso. Una larga lengua de magma, un mar de fuego que camina, quemando en un santiamén todas las ilusiones y seguridades de un hogar, destruyendo lo que el tiempo y el esfuerzo han levantado… Y no es lo peor que puede ocurrir cuando las entrañas de la tierra se enfadan: el fotógrafo aficionado Heriberto Felipe Hernández, empleado del Banco Hispano Americano de Santa Cruz de La Palma, murió envenenado con tan sólo 43 años, un 17 de noviembre de hace justo ahora medio siglo, tras respirar durante días de excursiones al volcán sus gases de azufre. Subió hasta el mismo borde del Teneguía a filmar la erupción con su cámara de Super 8. Nunca llegó a ver lo que había filmado, ni él, ni tampoco nadie ajeno a su familia. Las cintas se mandaron a revelar a Madrid –así se hacía antes– y cuando volvieron, un par de semanas después, él había dejado atrás una viuda –Olga Martel– y nueve hijos. El volcán es como el mar, traicionero. No avisa.

3.- La Televisión Canaria lo hizo bien ayer. Logró antes que nadie las primeras imágenes que todos buscaban, el inicio de la erupción, a las tres y doce minutos de la tarde, y desde ese momento mantuvo ininterrumpidamente la conexión, haciendo periodismo de proximidad, sin excesos ni tonterías. Un buen trabajo con muy pocos medios, con poca gente y con bastantes ganas. La mayor parte de los digitales españoles, desde el del periódico El País a los de aquí, se engancharon a ese esfuerzo de tarde de domingo de unos cuantos periodistas entusiastas. TVE tardó bastante más en darse por enterada. Y entonces ocurrió que en medio de un cambio de tomas, por esas cosas del directo, a la periodista Fátima Plata se la escuchó decir que tenía que ir al baño. No lo dijo así de fino, sino con las mismas palabras que usted y yo y todos usamos cuando hablamos en confianza con quien nos escucha. Pero ya saben que esto va de pasar al purgatorio de los imbéciles. Da igual que ardan las casas de la gente, o que alguien pueda quedar atrapado entre dos correntías de magma, o que un despistado corra el riesgo de envenenarse respirando gases venenosos. Da igual que haya que decirle a la gente que subir a la cumbre es entorpecer la evacuación de más de mil posibles damnificados. Ese insano patio de Monipodio en que hemos convertido la redes convirtió el desliz de una estupenda periodista de la tele, en pillada, y la pillada en trending topic, ocupando en twitter las razonables urgencias de la periodista Plata después de dos horas de directo, en un asunto casi tan sacudido como el propio volcán, con un rosario de memes –algunos graciosos, otros de pésimo gusto– que nos demuestran que nada de lo que se hace bien, cuenta. Solo cuenta el circo. Quizá porque hoy el mundo de lo digital es un sitio solo habitable por malabaristas, fieras y payasos.

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