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José María Lizundia

La ministra comunista y el comunismo, todo de oídas

Debió ser abogada laboralista la ministra pasarela Yolanda Díaz, y más tarde de esos injertos burocráticos izquierdistas que buscan felices y prósperos acomodos en la Administración y encarrilar así con acatamientos sostenidos la profesión política. Se dice, en el rebote del empleo tras la caída incomparable en la sima del desempleo, único y reactivo sentido de marcha plausible, que es una ministra valorada. No sabemos de ninguna de sus medidas, si un NEP soviético, una zafra cubana, un socialismo siglo XXI chavista o intentar subir el SMI, con sus efectos colaterales de subidas como geiseres en red, que aunque trenzadas, la laboralista jamás relacionaría. Siempre de tiro fijo: pancarta y megáfono. Amigo/enemigo

Al proceder del mundo sindical posee un patrimonio de ideas troqueladas y ceñidas al aumento salarial, con inteligencia de equipo de rugby, virtud de pureza y testimonio, y un sentido de justicia incremental, apenas acumulativa, bastante residual y por eso, necesariamente periódica. No he visto que nadie haya destacado en la ministra glamurosa esa linealidad biográfica de mentalidad tubo de ideas simples y entonación salmodica, pero cinceladas en granito que como abogada sindical solo puede concebir: un gran convenio colectivo o como si lo fuera, de subidas. En un mundo cerrado de subidas celestiales, ángeles y demonios. Increíblemente dogmático, bellamente mitológico, de mitos morales: Marduk contra Tiamat, San Jorge contra el Dragón, la gente (antes obreros) contra la casta (antes empresarios). Esta mentalidad de convenio colectivo actúa como eje del mundo: convenio colectivo como tabla sagrada de las grandes factorías estatales subvencionadas de cuando las revoluciones industriales. Comunistas a piñón fijo.

Yolanda Díaz destaca en cambio no por obrerista, de estética despreocupada y severidad de concienciada que sería lo natural en ella, sino por su glamur, sus cortes de modistas y firmas, aunque cada vez más exigente en sus peinados, el impacto de la imagen, el aura encendido con la desenvoltura de quien vive encantada y solo puede sonreír. Es lógico que se vuelque en las formas y ornamentación personal, porque de contenidos anda escasa, como lo acredita que diga que el comunismo es democracia y libertad, palabras que le suenan bien. Sin duda faltan los análisis semióticos de la avalancha de signos de las mujeres de izquierda: los de verdadera significación y no las boberías que sueltan. Viendo que ese pensamiento salió en prensa se fue arriba y se lanza a prologar el Manifiesto Comunista (del “joven Marx”, según Althusser): por lo reproducido, mucha poesía frugal.

Entre todos los exégetas y propagandistas del Manifiesto nadie había descubierto su “alma literaria”, hasta la ministra. Todo en ella es forma, estética, peluquería.

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