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Agoreros y catastrofistas, mejor, creadores

En la península, la pasada semana, se produjeron tormentas con vientos huracanados habituales al fin del verano, que han causado enormes destrozos. De inmediato los medios de comunicación lo atribuyen al calentamiento global y un sabelotodo, en una emisora nacional, se ha explayado con un discurso contundente y muy alarmante que ponía la piel de gallina y metía un miedo considerable a los habitantes de toda la costa peninsular, pues, según él, desaparecerán las playas en breve espacio de tiempo. Estos agoreros y catastrofistas podrán tener datos, pero tengo edad suficiente y he conservado la memoria para decirle que los 150 litros por metro cuadrado caídos en Levante no tienen comparación con los 232 que nos trajo la riada, además de las consabidas pérdidas humanas y materiales.

Cuando tenía 20 años, en la década de los cincuenta, acompañé a mi jefe a comprobar los destrozos causados por la lluvia en una finca en el Valle de la Orotava. Tanto las plataneras como los aledaños quedaron completamente arrasados y el medianero, su mujer e hijos pasaron veinticuatro horas sobre el tejado de la vivienda. Más de una década antes, el 4 de mayo de 1944, fecha del nacimiento de mi hermano el pequeño, el temporal fue de tal magnitud que el agua pasó por la huerta de nuestra casa como un río, hubo que abrir la puerta principal que da a la calle, que tenía nueve escalones y un rellano, para que el agua pasara y no se estancara dentro de la casa, porque llegó a alcanzar 1,5 metros de altura.

A lo largo de mi vida he visto en infinidad de ocasiones como el Barranco de Santos se desbordaba a la altura de la Iglesia de la Concepción causando enormes destrozos. Granizos como pelotas de ping-pong en verano en Santa Cruz, superando la altura de las aceras, destrozando lunas y abollando coches aparcados. Eclipses de Sol a las once de la mañana que cerraron en garuga el cielo hasta parecer de noche y que los gallos canten como si estuviera amaneciendo. Antes, a todo eso se le llamaba tormentas de verano. Después se inventaron lo de gota fría y, ahora, lo denominan ciclogénesis explosiva, que queda más bonito. Temporales que destrozan y huracanes repentinos han existido siempre, son ciclos, me lo contaba mi abuelo y lo veíamos en el NODO. Este tipo de desastres han existido constantemente, lamentablemente la sufren casi siempre los países más pobres o las zonas mal construidas. Estoy de acuerdo con que hay que cuidar el planeta, en que nos lo estamos cargando con la basura, pero no apoyo a los catastrofistas, ni a los que se quieren aprovechar del tema como el Clinton, que cobró un pastón por venir a Tenerife y se está forrando yendo de país en país. A otros con ese cuento.

¿Hoy no toca diabetes? Claro que sí. Esta semana vi un programa de hace cuatro años en TVE (Saber Vivir), donde hacían un monográfico. Lo presentaba Silvia Jato, a quien había perdido la pista desde Pasapalabra. La acompañaban una doctora, un cirujano (Carlos Ballestas), una paciente y una profesora de gimnasia. Todos hablaron de su experiencia con la asesina silenciosa. El doctor opera desde el esófago al estómago y pasando por el páncreas para curar la enfermedad para siempre. Tiene clínica en Madrid y Barcelona, Centro Laparoscópico Dr. Ballesta. La paciente, de unos setenta años, llevaba más de siete meses sin tomar ningún tipo de medicación y no dejaba de darle las gracias al doctor. La profesora de gimnasia aseguraba que menos de media hora diaria de claqué hacía desaparecer la diabetes tipo 2. La otra doctora indicaba las claves, más ejercicio y mejor forma de comer. Un médico de familia en el Estado de Arizona cura la enfermedad con la dieta correcta en cada paciente. Siguen saliendo a la luz formas clarificadoras de cómo erradicar la enfermedad. Ballesta asegura que hay más de siete millones de enfermos y dos millones setecientas mil personas sin detectar. No reniega del azúcar porque es necesario para el cerebro, moderadamente. Investigadores que luchan por erradicar esta plaga contra algunos galenos que no están por la labor y además se cabrean. Dejaron el juramento hipocrático cuando empezaron a ejercer. Con Dios.

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