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La solución Neymar

El PSG paga al futbolista brasileño una suma astronómica de dinero por ser amable y saludar a los hinchas. Se podría imponer un bonus similar a todos los contratos para recuperar la cortesía prepandemia

Me he quedado de piedra al leer que en el contrato millonario de Neymar hay un bonus ético que su equipo, el Paris Saint-Germain, le paga por ser «cortés, puntual, amable y estar a la disposición de los aficionados». Son 541.680 euros brutos mensuales, lo que supone unos seis millones y medio de euros al año. El exbarcelonista ha ingresado entonces más de 25 millones por mostrarse encantador desde que fue fichado en 2017 por cerca de 500 millones, tal y como se ha publicado recientemente. Un dineral que yo no ganaría en varias vidas por no ser lo que vulgarmente se conoce como «un borde». Tal vez dicha cantidad representa un grano de arena en la playa de la contraprestación del crack brasileño. Quizás sus problemas económicos resultan tan inexistentes que podría incluso permitirse eliminar la cláusula que le obliga a decir hola y adiós a los hinchas que se encuentre en el camino entre su deportivo último modelo y el vestuario, y a los que le gritan desde las gradas. «No la firmo y que os den morcilla», diría sieso y se reservaría la potestad de mirar al público con cara de jabalí, y hacerle una peineta al niño que le pide un autógrafo. La cuestión es que ha aceptado poner precio no solo a sus piernas y a su técnica, sino también a su radiante sonrisa, amén de reservarse su opinión sobre temas controvertidos y abstenerse de cualquier clase de crítica al club parisino. «Qué majo es Neymar, casi tanto como Sergio Ramos», pensará el seguidor del PSG que aguarda al cabizbajo Messi y recibe un abrazo de oso del futbolista bonificado. El presidente del Barça Joan Laporta acaba de revelar que Ney (le podemos llamar por su apodo cariñoso, llegados a este punto) está deseando volver al Camp Nou, aunque los jeques colocan obstáculos a su retorno en forma de pasta gansa. Lo mismo es agotador vivir la vida en modo cautivador, y el hombre necesita un contrato con un bonus de misantropía que le dé derecho a un día malo. O dos.

Sería una fatal noticia, no para la Liga española pero sí para quienes advertimos que uno de los efectos secundarios de la pandemia ha sido arrasar con las buenas maneras y la afabilidad, saber que la solución Neymar no funciona, que no se puede comprar la simpatía. De repente cualquiera te ladra unas instrucciones sanitarias, te manda a hacer cola a la intemperie sin venir a cuento, te prohíbe sentarte o se niega a atenderte, te coloca en una lista de espera interminable o se te acerca como si fueses un saco de material radiactivo, sin decir ni buenos días. La displicencia se ha abierto camino en nuestro trato diario con la coartada del coronavirus, como si entre los dos besos y el bofetón no existiese un extenso margen de maniobra. Ir añadiendo a los contratos el bonus ético que obliga a mostrarse gentil, puntual y amable, y a estar a la disposición de los clientes (o contribuyentes) hubiera sido un incentivo para volver a la antigua normalidad de la gentileza y dejar atrás la malhumorada grosería imperante. Pero si el amor no cursa en la ecuación de la buena cara y el dinero tampoco sirve, siempre nos quedará la salud. El químico David Hamilton asegura en su libro Los cinco beneficios de ser amable que un comportamiento cortés reduce la depresión, la ansiedad y el estrés, y además retrasa el envejecimiento. La amabilidad influye positivamente en hasta siete procesos físicos mesurables, por lo que contribuye a la longevidad. Resulta tan contagiosa como cualquier virus... y encima es gratis.

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