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Sol y sombra

Belmondo

Muchos de mi generación despertamos al arte en el cine con Jean-Paul Belmondo en «Al final de la escapada», una película muy probablemente sobrevalorada pero también un pedazo de vida. En ella, Belmondo, que acaba de fallecer, interpreta a Michel Poiccard, un gángster de poca monta que modela una imagen de sí mismo basada en la de Humphrey Bogart, del mismo modo que Godard había diseñado su película inspirándose en los clásicos del cine negro estadounidense. En la vida real, ninguno de los dos, Belmondo o Bogart, se acercaba ni de lejos a ese papel de tipo duro. Los padres de Belmondo eran artistas –su padre, en concreto, un famoso escultor– y él se formó en la escuela de teatro más importante de Francia. Sin embargo, no le resultó difícil encasillarse en la gran pantalla interpretando a matones y delincuentes relacionados con el hampa. Digamos que del repertorio de la Comedie-Française se fue replegando hasta otro escalafón que inicialmente ambicionaba menos y se convirtió finalmente en el porqué de su carrera.

Un nuevo ejercicio centelleante de estilo se estaba gestando en el actor a la vez que un cambio en la vida de muchos aficionados al cine que tenía que ver con la idea de Godard de agitar un cóctel con las peroratas filosóficas del personaje de su película, el jazz, alguna que otra insolente payasada y una jerga callejera que marcó tanto a los que vieron «Al final de la escapada» cuando se estrenó como a los que la descubrimos años más tarde. Y, además, estaba aquella dulce belleza trágica llamada Jean Seberg voceando el «New York Herald Tribune» por las calles de París como si se tratara de un doble reclamo. El despertar de la nouvelle vague acabó siendo también el de una nueva conciencia cultural gracias en buena medida a la figura de un actor que cayó de pie en un personaje que sabía compadecerse a sí mismo sin renunciar a la furia existencial.

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