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José Luis Villacañas

Triple alarma sobre la homofobia

Pensaba escribir esta semana mis reflexiones sobre el anteproyecto de ley de universidades, cuyo articulado no se encuentra en sitio alguno. Sin embargo, tengo que dejarlo para la semana que viene. En realidad, tengo que hacerlo no tanto por este motivo, pues ciertamente hay información suficiente para tomar posiciones sobre la ley Castells. Pero urgía reflexionar sobre el cariz que está tomando en nuestro país la violencia contra la diferencia sexual, y más concretamente contra los varones homosexuales, el objeto preferido por la violencia machista española, después, claro, de las mujeres que se rebelan contra la dominación y la brutalidad de los hábitos mentales propios de estos sujetos.

Este país parece estar volviendo a prácticas que en otro tiempo fueron sistémicas. Así que pensaba escribir sobre lo que hemos escuchado que había sucedido en Malasaña. Los primeros relatos que nos llegaban no podían compararse a nada de lo ocurrido hasta ahora y representaban un salto cualitativo en la escalada de esta peste homófoba. Lo narrado de lo ocurrido en ese portal del barrio madrileño parecía de una gravedad extrema. Recordaba las escuadras fascistas y falangistas que, en nuestra postguerra, partían a la cacería de homosexuales, a los que atormentaban con ricino, porras y vejaciones.

No he parado de recordar aquellas escenas finales de Las cosas del querer, aquel filme de Jaime Chávarri, que recreaba los hechos con los que ciertos falangistas atacaron al cantante Miguel de Molina. Me sentía inclinado a escribir sobre Malasaña porque había escuchado a Almeida exigir a la oposición que no atacase el buen nombre de Madrid con motivo de esa agresión; luego al siempre enfático Ortega Smith vinculando la inmigración ilegal con la agresión, y sobre todo a Pedro J. Ramírez, afirmando que las declaraciones de algún portavoz del PP, que exculpaban a Vox de ser la causa de la plaga de agresiones homófobas, en modo alguno blanqueaban el discurso del partido de ultraderecha español acerca de las personas de orientación no heterosexual.

Mientras tanto, saltaba la noticia de que la brigada antiterrorista estaba investigando la agresión de Malasaña, pues hablaba claramente de una organización criminal, que prepara un acto delictivo con alevosía y premeditación, y que usa todas las técnicas destinadas a aterrorizar a una parte de la población. A medio camino entre el Ku-Klux-Klan y las prácticas de los encapuchados de la ‘kale borroca’, el acto nos situaba ante una clara aspiración coercitiva de todo un colectivo que tiene el derecho a disponer del espacio público en igualdad de condiciones para expresar sus preferencias afectivas dentro de las comunes prácticas del pudor. Luego vino una avalancha de declaraciones, comparecencias, convocatorias de reuniones al máximo nivel, con el presidente del Gobierno incluido.

Y he aquí que, cuando abro mi ordenador para ponerme a reflexionar y escribir sobre todo ello, surge la noticia. Este pobre chico agredido se había inventado la historia sencillamente para ocultar que las pruebas físicas que inicialmente había presentado como testimonio de la agresión, no eran sino efectos de una relación consentida. Se había visto inclinado a realizar esta fabulación sencillamente porque no quería perder a su nueva pareja. Dentro de la historia del vodevil, no será la última de las invenciones. Sin embargo, no podemos juzgar a un muchacho que miente para salvar una relación. Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Pero, al parecer, se le va a acusar de falso testimonio. Habría imputado a ocho actores anónimos y fantasmales una agresión que nunca tuvo lugar.

En su descargo hay que decir que este joven nunca tuvo la intención de denunciar los hechos. Fue la insistencia de la pareja, y la recomendación de la policía, lo que le llevó prácticamente obligado a hacerlo. De este modo, una historia privada se ha convertido en un estado de alarma público, y la invención de una fábula poco ingeniosa alcanza la dimensión de un acto de extrema irresponsabilidad, pues dará pábulo a todo tipo de contraataques de los que desearían que el afecto homosexual fuera una tortura privada alojada en los abismos de la desesperación y de la desdicha. Una normalidad social plena, habría dejado esta historia en el terreno en que debía estar, en la vieja tradición de la mentira amorosa.

Por eso, la impresión de alarma que deseaba transmitir en mi artículo, lejos de aliviarse con el conocimiento de la verdad de los hechos, se ha multiplicado por tres, pues todo lo que ha sucedido testimonia una profunda inquietud de las personas LGTBI que hizo verosímil creer la mentira; que una parte demasiado numerosa de nuestra sociedad no solo está enferma a la hora de relacionarse con la homosexualidad y las prácticas de libertad personal que puedan desplegarla, sino que también está enferma por la forma en que se reacciona a las noticias que la ponen de manifiesto; y que además, está seriamente enferma a la hora de producir publicidad sobre estas cuestiones.

Por supuesto, todos los que hablaron de un modo grotesco sobre lo que se suponía que era una agresión, lo hicieron pensando que era verdad. Pues la forma de hablar de ella no era investigar si Vox está detrás de las agresiones, sino si Vox las condena. Pues todo lo que no sea condenar, es alentar. Echarle la culpa a la inmigración me parece insano, cínico, cruel y grotesco. Pero lo peor es descubrir el tipo de sociedad que estamos creando, en la que ya se ha perdido toda cautela a la hora de dotarnos de armas para el combate público. Es como si diéramos la bienvenida a cualquier elemento que pueda ser usado como artillería. Ni la causa más noble puede encontrar la forma pública de defenderse cuando esa actitud se impone. Y posiblemente sea eso lo que se busque.

Cuando de la comisaría a la prensa no hay distancia, cuando la primera declaración ya es de dominio público, cuando se desprecian los tiempos propios de una investigación siempre compleja, cuando la menor dimensión privada y el dominio de la moralidad adquiere una relevancia inmediata pública, cuando se moviliza a todos los grupos sociales a posicionarse sin la menor garantía y sin la información contrastada, se produce lo que hemos visto: que una sociedad entera vive en la mentira. Lo peor del caso de Malasaña es que, por falta de serenidad en la apreciación de los hechos, una falsa agresión homófoba impida enfrentarse a la verdad de la profunda transformación cualitativa en escalada de las agresiones homófobas. Y esa tragedia colectiva hay que evitarla con decisión y con firmeza.

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