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Luis F. Febles

La eterna juventud está en Vilaflor

Supe desde el primer momento que en Vilaflor estaba la fórmula secreta de la eterna juventud. En el pueblo más alto de España se cuece entre fogones de carbón la conjetura que frena el paso del tiempo. Aquí no se hacen pactos con el diablo ni tampoco se bebe de manantiales de aguas milagrosas. Mientras los magnates que dirigen Silicon Valley se niegan a capitular ante el paso del tiempo, doña Frasquita tiene la llave para abrir la puerta de la inmortalidad. De nada valen las inversiones de Jeff Bezos y Elon Musk en biotecnología frente a una ropa vieja analógica y un vaso de vino blanco de La Vera. Aseguran los científicos más experimentados que el elixir de la eterna juventud no se ha creado, pero que está próximo a lograrse. Y lo dicen porque todavía no han sucumbido a la cocina de Frasquita, una verdadera alquimista que ordena con cariño los ingredientes que darán forma al remedio que tan celosamente custodian los más viejos del lugar. Combina con armonía las cebollas de la finca de Fulgencio, que las cultiva en una parcelita decorada con el azul más limpio de la isla; las papas de Merceditas, que las saca de los cortados de la Marquesa de La Escalona; y las calabazas y zanahorias de Isidoro, que regentaba uno de los ultramarinos más grandes del pueblo. Remueve mientras sonríe, porque la clave está en la actitud con la que esa amable nonagenaria maneja el cucharón. Dice que en su cocina no pueden faltar los higos de Vilaflor y las almendras para los mantecados, el complemento ideal para la dieta de la eterna juventud que presentan los lugareños. Y en este ritual culinario, Frasquita recita que “de las virtudes de la ropa vieja puede escribirse un libro entero, así que yo remuevo con garbo de chasnero, porque quien vea una ropa vieja y no se la coma, que luego no se queje si la magua asoma”. Ella rimaba la receta de la ropa vieja como los sonetos de una lección de vida, evangelizando con cada trozo de cebolla o costilla que iba introduciendo en ese oráculo puesto al fuego de carbón y leña. “La tarea de desmenuzar el pollo y la carne es mucho más fácil si lo hacemos con tranquilidad y sosiego, disfrutando del momento de serenidad que regala la cocina. Pero si dejas que se enfríe del todo, la carne se endurece, lo mismo que ocurre cuando nos guardamos un te quiero o un perdóname”, susurraba mientras doblaba el mantel de la mesa. No alcanzaba a entender la razón por la cual la encantadora señora utilizaba metáforas para explicar una receta aparentemente sencilla, era un manual de lecciones sobre la gastronomía de la alegría. Frasquita pudo encender los fogones después del confinamiento, y lo hizo para recuperar su dedicación más sagrada, que no es otra que ayudar al comedor social elaborando su plato estrella para las personas con menos recursos. Su nieta, Isabelita, una gran mujer a la que recuerdo con mucho cariño, me acompañó hasta la puerta de la casa. “Espero que te haya gustado la ropa vieja y el vino de Frasquita, creo que te has dado cuenta que el secreto de la eterna juventud está más cerca de lo que imaginabas. El tiempo pasa para todos, pero lo realmente importante es descubrir la felicidad en las pequeñas cosas, compartiendo momentos con las personas que queremos y buscando el bienestar colectivo por encima del personal. Nuestra eterna juventud es el perdonar, el amar y el respetar; nuestra riqueza es la empatía y la capacidad que tenemos de apreciar lo que nos da la tierra. Este es nuestro secreto, en Vilaflor somos felices con lo que tenemos”. La ropa vieja era solo el principio de una historia maravillosa.

@luisfeblesc

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