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Leer y escribir para sobrevivir

Hoy es el Día Internacional de la Alfabetización, la jornada elegida por las Naciones Unidas para remarcar la importancia de la lectoescritura. De hecho, uno de los veinte Objetivos de Desarrollo Sostenible para el año 2030 es reducir el porcentaje de población mundial que no sabe leer ni escribir.

Leer y escribir para sobrevivir

Aunque no lo parezca esta es una batalla que queda más cerca de lo que se cree. Con las cifras globales de todos los territorios que forman parte de España, menos de un 1% de la población es analfabeta, pero a escala autonómica la situación cambia. En lugares como Ceuta, Melilla o Murcia ronda entre el 2% y el 3%. Esta diferencia no es solo territorial. También existe por género. En España en 2018 el 98,93% de la población masculina estaba alfabetizada, pero la femenina era el 97,97%. Si se consulta la estadística de los años precedentes se puede apreciar que cuando más atrás se va, más mujeres analfabetas había. En 1981, por ejemplo, mientras el 95,9% de hombres sabían leer y escribir, mujeres solo sabían el 89,4% de las mujeres. El contexto histórico del país ayuda a entender el porqué de estos datos. Hasta después de la Transición, y aún con dificultades, la mujer se fue incorporando al mundo educativo al mismo nivel que el hombre. Para aquellos que mientras leen este artículo fruncen el ceño, les recomiendo los trabajos del catedrático de historia de la educación de la universidad de la Coruña, Narciso de Gabriel. Este profesor ha realizado una minuciosa investigación que abarca desde el siglo XIX hasta nuestros días, basándose en los censos de población y las estadísticas escolares.

Excepto durante la Segunda República y a partir de la Transición, el sistema escolar ha sido insuficiente y poco eficaz. Las escuelas de primaria dependían de los municipios, que no tenían dinero para mantener unas instalaciones en condiciones ni para ofrecer sueldos dignos a los docentes (de ahí la famosa frase «pasar más hambre que un maestro de escuela»).

Tampoco había un sistema suficientemente robusto que obligara a hacer cumplir las leyes. Por ejemplo, en 1885, la educación obligatoria empezaba a los 6 años, pero el 27% de los estudiantes no se incorporaban a las aulas hasta que tenían 9. Las criaturas eran más útiles en casa ayudando en ciertos trabajos que en el colegio. De hecho, también había un gran absentismo, sobre todo estacional, vinculado a las tareas agrícolas. Una de las razones de por qué el periodo de vacaciones estivales es tan largo es porque era el tiempo de la cosecha.

Además, ir a la escuela no era garantía de dominar las letras. Al salir de allí algunos seguían siendo analfabetos o analfabetos parciales, es decir, sabían leer pero no escribir. La tradición pedagógica de la época indicaba que no se podía aprender a escribir si antes no se sabía leer. Y en unas escuelas donde los niños de diferentes edades estaban mezclados porque todavía no se había instaurado el sistema de cursos, los que tenían más dificultades pasaban por el colegio sin pena ni gloria. Pero había algo peor: muchas niñas salían tan analfabetas como habían entrado porque, en algunas zonas, se prohibía a las maestras enseñarles a leer y escribir. Su misión en la vida era ser buenas esposas, madres y amas de casa, por eso recibían formación sobre doctrina cristiana, tareas domésticas y, como mucho, unas nociones básicas de lectura.

Y eso quien iba, porque a ojos del siglo XXI, la tasa de escolarización pone los pelos de punta. Entre 1880 y 1940 solo la mitad de las criaturas entre 6 y 12 años iban al colegio. En 1952 había mejorado un poco y rondaba el 69%. Eran aquellos que en la década de 1980 ya habían llegado a la edad adulta y formaban parte de la estadística mencionada al principio.

Parecía que todo esto ya era historia, pero la pandemia ha puesto de manifiesto como las diferencias económicas pueden dejar atrás niños y niñas a la hora de seguir el curso escolar por falta de recursos. Y eso que aquí atañe a una pequeña parte de la población total, en otros países, donde el sistema educativo es más frágil, ha hecho que muchos se hayan quedado sin escuela durante dos años, con las graves consecuencias que tendrá esto para su futuro.

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