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José Vicente González Bethencourt

Los charcos de la costa, mejor no tocarlos

Como a todos los niños, cuando lo era, me metía y golpeteaba el agua de los charcos de la costa, un recuerdo muy vivo en la memoria, que ahora disfruto mucho cuando veo a otros niños haciendo lo mismo. Los charcos en Canarias son un poderoso regalo que nos da la costa por las características caprichosas de nuestra tierra, siendo rara la semana que no me baño en alguno de ellos, y más concretamente en la Punta del Hidalgo del municipio de La Laguna, donde, en muchas ocasiones, como tanta gente, tal como el domingo pasado, y hoy también, camino desde el Club Náutico de Bajamar al mirador de la Punta, pasando por la Cofradía de Pescadores, las piscinas naturales, el faro y la ermita de San Juanito, disfrutando junto al mar de la cañita de rigor en el Club Náutico del Charco de la Arena.

Camino hoy, sí, como siempre, pero esta vez más preocupado por las posibles intervenciones que la ávida y ambiciosa mano del hombre pueda ejecutar en la costa y en sus charcos y charcas, porque siempre he deseado y soy de la opinión de mantener la costa lo más natural, virgen y salvaje posible, si bien primando la seguridad y accesibilidad.

Y más preocupado me he quedado cuando he leído alguna opinión de que hay que facilitar el acceso de los turistas a los charcos. ¿Para evitar que se dañen la uña del dedo gordo o se hagan una heridita en las piernas al entrar en las charcas de afilada lava volcánica? Algo que los canarios hemos sabido hacer muy bien toda la vida sin ningún problema. ¿Los turistas son diferentes o más delicados?

Luego leo que el Plan director de charcos de marea de la Consejería de Turismo, Industria y Comercio del Gobierno de Canarias establece que la intervención en 117 charcos de Canarias “no es para su turistificación” y se limitará a acciones “en su periferia”, si bien añade que la actuación pretende que los charcos naturales se adapten al turista, y no el turista a los charcos, y quizás por eso más de 11.000 personas han firmado que se oponen a dicho Plan, surgiendo una iniciativa ciudadana en la plataforma change.org con el título “Los charcos no se tocan”, a pesar de que, según Turismo, en ningún caso están previstas acciones en los propios charcos, sino en sus alrededores, y bajo “absoluto respeto medioambiental”.

Para el biólogo marino Pablo Martín, especializado en biodiversidad y conservación, conviene preservar estos espacios naturales únicos y de gran riqueza natural, tal como ha difundido en un vídeo en las redes sociales, en el que opina que cuanto más accesible es un charco, más visitas recibe, viéndose afectado por la continua presencia de personas que no saben disfrutar de la naturaleza, además que hay algunos charcos que son muy peligrosos si no se conocen las mareas antes de zambullirse en ellos.

Pablo Martín considera que con un gesto tan sencillo como pisar las rocas en las que hay algas, se deteriora el medio, y no es lo mismo que lo hagan 10 personas en una semana que 200 en un día. La acción en sí de pisar provoca disminución de algas, que son la base del alimento de muchos peces que viven en los charcos, con lo que se impide que el ecosistema se mantenga. Lo mismo sucede con el daño que hacen las colillas, tanto que una sola puede contaminar entre 8 y 10 litros de agua, además de la alteración que los protectores solares o el cambio climático producen en la calidad del agua.

Entrar en un charco y nadar en él puede ser fácil, pero cuando bruscamente cambia la fuerza o dirección de las olas, el intento de salida puede resultar mortal, y de hecho casos en Canarias tenemos muchos.

Confiemos en la prudencia y buen hacer de políticos responsables, que antes de tomar decisiones pateen la costa y disfruten de los charcos como lo hacen hoy, plácidamente, muchas familias en Canarias, y que, en todo caso, se invierta en prevención, divulgación y en una adecuada gestión de las aguas residuales antes que en colocar una tumbona junto a un charco. Pues eso.

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