O eso es lo que quiero pensar. A veces cuesta. Septiembre casi siempre llega antes de tiempo. No te permite prepararte. Los últimos días de agosto tienen el mismo sabor de las tardes de los domingos. Largas y desaprovechadas. La proximidad del lunes nos derrumba. ¿P´a qué? No tengo ganas de ná. No sé si es que no tenemos perspectiva o que no sabemos vivir el momento. Debe ser más eso. O peor, que no sepamos vivir.

Acaban de volar las vacaciones. ¡Ay, las vacaciones! Ese tiempo en el que depositamos las esperanzas y que muchas veces nos defraudan. Los recuerdos, siempre sobrevalorados, tienen mucha culpa. Con los años mejoran. Igual que el vino. Que el vino bueno. La vida es como el salto con pértiga. Si pones el listón muy por encima de tus posibilidades, no lo saltarás. De ahí a la frustración solo hay un paso. Siempre es mejor volar bajo. Pero volar.

Es un clásico que nos pasemos con las esperanzas que ponemos en las vacaciones. Queremos hacerlo todo y más, cuando lo único que importa es la salud. El resto no cuenta. Las vacaciones son el mismo tiempo libre que tenemos al final del horario laboral, y que casi nunca encontramos la manera de disfrutarlo, pero todo junto.

Las vacaciones son como los objetivos de enero o incluso de septiembre, con la vuelta al trabajo o al colegio, pero en versión sobredosis. Otra manera de engañarnos y de no ayudarnos nada a ser felices. En vacaciones olvidamos mucho que somos lo que dice nuestro electro. Y ponemos el cuerpo al límite. Con los años vamos aprendiendo, pero las burradas siguen imponiendo sus castigos. Siempre tenemos que ir un gin-tonic –o tres- más allá que el cuñado, y luego no hay quien nos levante de la silla.

El Covid no ha traído nada bueno. Pero la moderación en los movimientos y respecto a las ambiciones exageradas de otros veranos sí que nos ha venido bien. Habrá gente para la que estas hayan sido las mejores vacaciones de su vida. Muchos hemos descubierto que lo mejor está a la vuelta de la esquina. Que no hay que pasar infiernos turísticos para no ser feliz o serlo apenas diez minutos. Diez minutos no compensan. Pagar todo más caro no hace que sea mejor.

Tal vez deberíamos plantearnos el modelo de vacaciones que nos vendría bien. Los que puedan, claro. “Desestacionar” las vacaciones. Abrir un debate nacional y por ejemplo repartir en el año las vacaciones de los meses de verano de las escuelas y centros docentes. Eso condicionaría las vacaciones de los adultos.

Los problemas nos los buscamos muchas veces solos. ¿Tienen sentido unas vacaciones masificadas, estresantes y agobiantes? Las vacaciones deberían ser para -además de conocer sitios nuevos- descansar, relajarse y desconectar, no para venir peor que fuiste. Incluso en invierno tienen lógica porque te puedes ir a un sitio más cálido y desconectar de la lluvia y el frío; o en todo caso lo eliges tú allá donde vayas. En verano quizás no sean tan necesarias, en cualquier sitio se está muy bien. Pero ay las costumbres… a ver quién las cambia.

El verano es un horror estético. Envidiamos a los compañeros que se van ahora de descanso. No estarán las playas abarrotadas, no estarán las terrazas invadidas por personajes sin el mínimo pudor físico. Además, los atardeceres de septiembre y de octubre son una gozada a cámara lenta.

Tenemos que reiniciarnos y pensar que el tiempo libre existe todos los días, no solo en vacaciones. Las vacaciones no consisten en batir un récord de disparates. Baja el listón de la pértiga de tu vida y disfruta de lo que tienes a mano. Piensa que lo mejor siempre está por llegar.

Feliz domingo.

PD: Se me han ido dos amigos y compañeros de profesión y aficiones en los últimos quince días. Juan Castro y Dani Rodríguez. Me quedó el dolor de su marcha inesperada y los buenos recuerdos. Ambos merecen un buen sitio allá donde estén. Hasta siempre amigos.