La Organización Mundial del Turismo (OMT) tiene su sede, como es harto sabido, en Madrid. Que sea así no resulta nada sorprendente, dado que en la propia lista de la OMT que indica los países más visitados del mundo, es decir, con más turistas, España ocupa el segundo lugar tras Francia y por delante de Estados Unidos. Lo que sí sorprende, y mucho, es que Arabia Saudita pretenda arrebatarle la sede a Madrid —donde se encuentra desde 1975, el año de la muerte del general Franco— para llevársela a Riad. Arabia Saudita ni siquiera sale en la lista de los 25 países con mayor peso turístico; consultando datos de 2019, se encuentra en el lugar 28. Aun así, el país de los petrodólares sin fin se ha propuesto lograr su empeño aprovechando que este año ocupa la vicepresidencia de la OMT y, según dice la noticia, desde el ministerio de Asuntos Exteriores preocupa que el país saudí ponga su músculo financiero como herramienta a la hora de ganarse los votos necesarios para conseguir su propósito.

Yo no sé casi nada de geopolítica, menos aún de aquella dirigida al turismo. Lo único que me consta es que Arabia Saudita es un estado musulmán en el que se aplican versiones nada edulcoradas de la sharia, la ley islámica, puesta en el candelero en estos días en los que la catástrofe de Afganistán convierte el futuro de las mujeres de ese país en un infierno. Arabia Saudita es uno de los apoyos más firmes del régimen de los talibán, en su gran mayoría devotos de la facción suní —como los saudíes— y enemigos decididos de los chiítas cuya gran referencia es Irán. Pero al margen de detalles religiosos y cercanías o lejanías políticas la situación de las mujeres en Arabia Saudita dista mucho de ser aceptable según los cánones que se han impuesto en Europa en los últimos tres siglos. Desde la sumisión a la tutela de un hombre —padre, marido— hasta el uso obligado de la túnica negra desde el cuello a los pies, con el añadido del velo, pocas especulaciones caben acerca de lo que pueden contemplar con sus propios ojos los turistas. Verdad es que hay cosas peores y, sobre todo, que las hubo hasta hace muy poco. Las mujeres pueden votar en Arabia Saudita desde 2015 y, con la llegada al poder del príncipe Mohammad Bin Salman, supuesto reformista, se les deja conducir y entrar en los estadios deportivos.

Puede que la maniobra para albergar la sede de la OMT sea un paso más en el lavado de cara. Los ha habido aún más pintorescos, como la pertenencia de Arabia Saudí al Consejo de los Derechos Humanos y a la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer, ambos de la ONU y organismo este último dedicado ¡a la promoción de la igualdad de género! Siendo así, y teniendo en mente los recursos que los jeques dedican a comprar futbolistas de renombre, cabe dar por hecho que la organización que rige el turismo se trasladará a Riad.