Mientras los últimos soldados salían de Afganistán pincelados de cámara de luz nocturna; al mismo tiempo que España batía un nuevo récord en sus tarifas eléctricas (opinamos en público del megavatio con la misma autoridad que vemos un partido de la Selección); a la vez que Florentino gastaba la batería del móvil tratando de negociar con un señor con turbante; en tanto que Pablo Casado y Pedro Sánchez intentaban convencernos de que dos décadas de gobierno del PP en Murcia y otras tantas de Aznar, Zapatero y Rajoy en España nada tenían que ver con la catástrofe climática del Mar Menor; mientras toda esa sucesión de acontecimientos acaecía en el planeta, la policía tailandesa allanaba un hospital para enfermos de covid por las quejas de las enfermeras sobre orgías, peleas y consumo de droga entre sus pacientes; moría una tiktoker tratando de bailar sobre una azotea que se vino abajo; y futbolistas de un equipo noruego eran sorprendidos en plena coyunda en mitad de una bacanal festejada en los vestuarios y hasta en el terreno de juego de un campo de fútbol. Suponemos que sin mascarilla.

El efecto mariposa nunca había sufrido tantos contrastes como en este primer cuarto del siglo XXI y parece que la humanidad está todavía lejos de alcanzar el cénit de la extravagancia, por tanto, preparémonos para leer y escuchar noticias sensacionales coetáneas al drama que se sufre a diario en diferentes puntos de la Tierra.

Paulo Coelho y yo nunca agradeceremos lo bastante la morterada de proverbios chinos cuyo origen es difícil de contrastar. Atribuyen a un proverbio chino la especie de que el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo, es decir, alteraciones en una parte del planeta pueden acarrear desenlaces divergentes en el otro extremo del orbe, la complejidad de lo impredecible y lo caótico, una concatenación de hechos que se suceden uno tras otro y que acaban con consecuencias mudadas en imponderables que alimentan la llamada Teoría de Caos.

Los nuevos canales de comunicación y el culto al ego no hacen más que alimentar día a día la aparición de nuevos perfiles de lo imposible que cultivan la adoración del yo. Comenzamos con los selfis -un clásico tan normalizado como caminar de la mano con la pareja- y acabamos convertidos en tiktokers, influencers, youtubers o tiwtchers, de modo que mientras algunos pagan con su vida la labor humanitaria de rescatar a los perseguidos por el régimen de los talibanes, otros despachan este mundo (y se pasan al otro) tratando de hacerse un vídeo en lo más alto de una torre de telecomunicaciones a cambio de miles de likes y del favor de los patrocinadores. Son dos formas bien distintas de perder la vida con consecuencias muy diferentes: el duelo y la admiración, en el caso de los soldados que dan su vida por salvar a otros, y el desprecio que la mayoría proyecta sobre ese youtuber que engorda su cuenta corriente a base de saltar sin red entre rascacielos hasta que acaba partiéndose la crisma a 50 metros de altura, donde, allá arriba, abandonado y solitario, queda un trozo de tela con el hashtag #FreeAfghanistan.

El covid ha contribuido a apuntalar cualquier teoría sobre el tiempo y la perspectiva. Hace apenas un año aplaudíamos a los sanitarios desde los balcones porque no podíamos salir de casa. Es probable que esto último también ocurriera en Tailandia, en uno de cuyos hospitales el personal de enfermería acabó llamando a la policía al sorprender unos encima de otros a un grupo de ingresados por el virus, intercambiando fluidos, pastillas sin receta y zurrándose la badana. Que se sepa, nadie aplaudió a los enfermos. Moraleja: el primer aleteo de la mariposa se detectó un año antes en la sede de la Organización Mundial de la Salud, pero sus efectos impredecibles desencadenaron imprevistos de corte surrealista en un hospital al sur de Bangkok.

El matemático y meteorólogo Edward Lorenz, pionero de la Teoría del Caos que se encargó de acuñar el concepto de “efecto mariposa”, utilizó este principio para desarrollar predicciones meteorológicas, de modo que un tsunami en el Pacífico bien puede acabar en gota fría a este lado del Mediterráneo, o cómo el anuncio de nuevas restricciones por covid en el continente europeo deriva en el intercambio de banderines y de más cosas en los vestuarios de un estadio noruego. La teoría está pidiendo a gritos una revisión. Cualquiera que esté al tanto de la actualidad advertirá que la mariposa del proverbio se ha convertido en dragón.

@jorgefauro