Este fin de semana para muchos conductores será especial, tanto si están de operación retorno tras las vacaciones como si salen para quemar uno de los últimos cartuchos del verano antes de que llegue el otoño. Y es que, por primera vez, no deberán detenerse para pagar peajes. Aquellas colas absurdas a pleno sol, aquel buscar la moneda que falta, aquel tener que bajar del coche porque ha quedado parado demasiado lejos del lector de la tarjeta, aquel pasar por la Vía-T sin que el sensor capte el dispositivo... Todo esto ha pasado a la historia, al menos parcialmente, porque todavía quedan unos cuantos peajes por eliminar. Si hay una infraestructura representativa del siglo XX esta es la autopista, consecuencia del reinado durante cien años de los vehículos de combustión. Todo comenzó cuando Henry Ford inició la producción masiva de un automóvil, asequible a todos los bolsillos. Su famoso sistema de fabricación en cadena permitió abaratar costes y así el Ford T pasó de los 850 dólares a los 260 por unidad. Con ese precio era irresistible y fue un éxito de ventas. Entre 1908 y 1927 se pusieron en circulación unos 15 millones. El coche era visto como el gran hito de la modernidad y todos los grandes países quisieron imitar el éxito americano. En Alemania apareció la Volkswagen, en Italia la FIAT, en Francia había Renault y Citroën... pero aquellos vehículos tenían que circular por algún lugar de manera rápida y segura. Durante la década de 1930, en la Italia fascista de Mussolini se empezaron a construir las primeras autopistas. Aquel modelo viario fue copiado por la Alemania nazi y por Estados Unidos. Con la implantación de ese tipo de infraestructuras se conseguía dar trabajo a mucha gente desocupada y se incentivaba la industria automovilística. Y, además del componente puramente económico, también tenían un gran valor estratégico a nivel logístico, porque durante la segunda guerra

Réquiem por las autopistas

mundial fueron muy útiles para transportar tropas, armamento y mercancías. Mientras tanto en España, como casi siempre, las cosas fueron más lentas. En 1939, el régimen nacionalcatólico de Franco, obsesionado con la autarquía econó

mica, fue incapaz de reactivar el país después de la guerra. Occidente avanzaba a pasos agigantados y aquí mucha gente todavía iba en carro. El cambio llegó a partir de la década de 1950, sobre todo cuando en 1957 se puso a la

venta el Seat 600. Quien viviera aquella época no necesita muchas explicaciones y, si no es el caso, solo hay que preguntar a los mayores de casa para entender qué significaba poseer uno de esos pequeños coches, que vistos

ahora parecen casi de juguete. Un 600 era la libertad de poder ir donde y cuando querías, pero para circular hacían falta carreteras. Y no solo para los autóctonos. Sobre todo para los extranjeros, porque paralelamente a la puesta a la venta de ese automóvil se vivió el boom del turismo. Cada vez había más gente que cruzaba la frontera por carretera. En La Jonquera, en 1958, lo hicieron 554.363 y en 1961 ya eran 887.700; mientras que por Portbou, aquellos mismos años, se pasó de los 171.437 a los 486.305. La mayoría provenían de Francia, Italia, Alemania y el Reino Unido. Hay que tener en cuenta que el principal sistema de transporte colectivo era el autocar, ya que la aviación no se había desarrollado lo suficiente. El gran objetivo del régimen franquista era poner las cosas fáciles a los visitantes, puesto que era una entrada de divisas imprescindibles para dar aire a la economía española. Por tanto, hacían falta buenas infraestructuras. El Gobierno encargó a dos ingenieros alemanes de Wiesbaden, llamados Dorsch y Gehrman, el diseño de una autopista que conectara la frontera francesa con el litoral. Redactaron el proyecto, que tuvo un coste de 10 millones de pesetas, entre 1962 y 1963; pero las obras se alargaron muchos años más. El tramo La Jonquera – Barcelona se completó en junio de 1971. La idea era que los peajes desaparecieran una vez se hubiera amortizado el coste de su construcción, pero la presencia de las barreras se ha ido perpetuando de tal manera que a muchos conductores se les hará extraño no tener que detenerse este fin de semana.