La primera temporada de Modern love, serie inspirada en la columna sobre relaciones personale que publica el New York Times, tuvo episodios que impelían a abrazar la pantalla y otros que hacían recelar del amor a primera o tercera vista. Al supervisor del proyecto, el cineasta irlandés John Carney, conocido sobre todo por Once (Una vez), siempre le ha costado un poco distinguir sensibilidad de sensiblería, lo que podía dar lugar a empachos de sacarina.

En la segunda temporada no se han corregido muchos problemas. Bueno, al menos uno importante: el nivel adquisitivo medio de los personajes no es tan alto como en la primera y se ha dejado de sugerir que el amor moderno es solo para ricos. Y de nuevo, junto a episodios olvidables encontramos pepitas doradas que merecen atención. Concentrémonos en ellas; ayudemos a ahorrar tiempo a espectadores con una lista larga de visionados pendientes.

El episodio quizá más esperado, Strangers on a train, no defrauda, tal vez porque Kit Harington (Jon Nieve de Juego de tronos) y Lucy Boynton (ya colaboradora de John Carney en Sing Street) entretendrían la mirada incluso turnándose en la lectura del listín telefónico. Demasiado carisma, demasiada química. Además, Carney ha escrito para estos extraños (enamorados) en un tren algunos diálogos que resultan realmente ingeniosos y ágiles, además de un final estupendamente ambiguo. De las muchas ficciones surgidas en torno al confinamiento, esta debe ser una de las mejores.

Carney escribe y dirige otro par de capítulos, estos salvados básicamente por la labor de actores y actrices incapaces de hacer gestos en falso. Tom Burke (The souvenir) está sobrecogedor como marido fantasma en la historia sobre la vida de los objetos (en concreto, un estupendo cupé Triumph Stag) que protagoniza Minnie Driver. Como se puede esperar, el tándem Sophie Okonedo-Tobias Menzies parte el corazón como pareja divorciada cuya inesperada reunión se tuerce, ojalá momentáneamente, por culpa de una enfermedad. Carney no tiene miedo en esta temporada al final abierto: ni triste ni feliz.

Entre los mejores episodios figura también Am I…? Maybe this quiz will tell me, obra de Celine Held y Logan George, el dúo detrás del celebrado drama familiar Topside, premiado en South By Southwest y Venecia. Su dibujo de un (conato de) romance adolescente entre dos chicas, la confundida Katie (Lulu Wilson) y la más cómoda en su pellejo Alexa (Grace Edwards), convence por su delicadeza de matiz y verosimilitud: es como un gran episodio de Genera+ion, lo cual es buen piropo.

La obra maestra

Pero la obra maestra de la temporada es, sin discusión posible, la historia dirigida y escrita por el más conocido como actor Andrew Rannells (Elijah en Girls). Dos jóvenes gais (Marquis Rodriguez y Zane Pais), antiguos amantes efímeros, se reconocen a lo lejos en la calle y, mientras se van acercando uno a otro, vamos asistiendo a sus respectivos recuerdos sobre una noche ideal truncada por la tragedia. Rannells reflexiona con lucidez, pero sin buscar lágrimas fáciles, sobre cómo cada historia tiene dos caras y no podemos ignorar la del otro.

Los completistas pueden, si quieren, probar con el resto de episodios: cierta especie de Lady Halcón en clave urbana contemporánea (peor de lo que suena); cierta historia de amistad y amor (romántico) no correspondido que acaba de forma tan conciliadora como extrañamente insatisfactoria; o ese soporífero acercamiento entre un veterano de guerra y la exmujer del que fuera amante de su propia esposa.