La digitalización de las finanzas está generando fórmulas que algunos aman y otros detestan. A continuación, algunas de sus historias.

Ute, 80 años. Para poder seguir cobrando su pensión debe ir al banco y enseñar su DNI, como prueba de vida. En su paseo matinal se acerca a la entidad bancaria. Hay cola en la recepción, pero valora que podrá estar de pie sin cansarse demasiado. Diez minutos después, el jovenzuelo de la recepción le explica que para ser atendida debe llamar primero y pedir hora. Ella contesta que la gestión no lleva más de cinco minutos. El joven repite las instrucciones y le da una tarjeta con un teléfono apuntado. Ute, con su racionalidad alemana, piensa que esto no tiene ningún sentido e insiste, hasta que la dejan entrar.

Silvia, 43, directora de una oficina bancaria. Su puesto de trabajo está en peligro. Otra vez. Ya van varios eres, y todo lo que decide la organización le parece mal. Hoy atenderá a Ute, que hace rato que espera. Silvia le instala la app y realiza las transacciones ante la mirada atenta de la usuaria. Al día siguiente aparece un titular en prensa: «El gran éxito de la digitalización de la banca», y Silvia piensa en todas las Utes que atiende cada día y las falseadas estadísticas de acceso digital.

Carla, 18 años, solo utiliza una tarjeta de débito para sus compras. El efectivo le parece un engorro. Su abuela le regala dos billetes de 50€ por su cumpleaños. Pide a sus padres un cambio: el efectivo por un Bizum. La mayoría de edad, por fin, le ha dado acceso a esta aplicación exclusiva para personas adultas. Para transacciones entre amistades, prefiere mantener Verse.

Marcos, 45 años. Tiene una cuenta con una entidad bancaria con la que ya no opera. Decide ir a cerrar esta cuenta. Se acerca a la entidad sin pedir hora previa. Mal hecho. Llama y pide hora con antelación. Vuelve, pero no le pueden dar el efectivo. La política es no dar efectivo si no es dentro de ciertos días y horas previstos. Marcos contesta que se pueden quedar los 8,97 euros, pero que cierren la cuenta. Tampoco es posible. No importa el importe. Debe realizar una transferencia, dejar la cuenta a cero, y volver otro día para cerrar la cuenta. Marcos ya no tiene acceso digital a la entidad bancaria. Le dan el acceso digital a sus 8,97 euros.

A Violeta, 40 años, la llaman para decirle que ya no debe ir personalmente a su entidad bancaria. Tiene la suerte de tener un gestor personal, Roberto, al que puede llamar en un horario muy amplio, y también puede escribir por mail. Al cabo de una semana, el gestor personal la llama y le ofrece un seguro de vida; la semana siguiente, un seguro del hogar; después de un mes, un plan de pensiones... Después de varias negativas, silencio. En agosto, escribe un correo a Roberto porque necesita divisas para sus vacaciones. Nadie responde. Al cabo de unos días decide llamar y le dicen que ya no tiene el mismo gestor, pero que no habrá ningún problema para obtener las divisas.

Roberto, 55 años, trabajaba en una entidad bancaria. Hace una década que no utiliza para nada las tarjetas –lo saben todo de ti, advierte–. El último año ha sido gestor personal, se ha esforzado mucho, pero no ha colocado suficientes productos a sus clientes. Está buscando trabajo.

Gina, 42 años, viaja a menudo. Ha descubierto una entidad financiera que no cobra comisión por compras en divisas. Se trata de un banco virtual. No importa. En 3 días ha abierto la cuenta y ya puede pagar. En el proceso de verificación de identidad le llama un gestor que parece estadounidense y que no habla castellano. Ningún problema, le dice ella en su perfecto inglés. La tarjeta también le sirve para compras fuera de la zona euro, sin comisión.

Marc, 16 años, ha descubierto una app que le permite invertir en acciones y en criptomonedas. Comprar y vender de manera fácil y solo necesita 50€ para empezar. Requiere de la complicidad de la madre, porque es menor. Los dos empiezan a invertir desde el sofá de casa. Se repartirán los beneficios. Raúl, también 16, utiliza efectivo para comprar alcohol en una tienda de conveniencia y hacer botellones. No tiene cuenta corriente ni tarjeta. Ni le importa el tema. En la tienda tampoco preguntan.