La cabeza sirve para mucho más que para sostener la gorra, decorar el rostro o peinar el cabello. No puede reducirse a ser nuestra fuente de estética personal. Tener cabeza es un don extraordinario. Porque podemos pensar, conocer, entender, elegir, etc. En la cabeza tenemos el instrumento humano para la racionalidad. Podemos usar turbante o sombrero, pero lo importante es usar la cabeza.

No es bueno tener miedo a la razón. No es bueno vivir sin utilizar la razón. Incluso el acto mayor de trascendencia espiritual, como es el acto de fe, debe ser realizado con la cabeza sobre los hombros. Si la fe es un acto humano, un verdadero acto humano, ha de ser realizado con conocimiento, voluntad y libertad. Si eliminamos de la persona su capacidad de conocer, no podemos hablar de fe, sino de adhesión fanática. Y no hay nada tan contrario a un creyente que un fanático.

La duda es la consecuencia de preguntarnos por las cosas, por su sentido, por su significado. La duda no es un mal. Es una llamada a utilizar la cabeza y buscar. Si no se busca con interés y deseo, es muy difícil que podamos encontrar. No hay dos verdades: la de la fe y la de la razón. No es posible que las haya. Porque si las hubiera, estaríamos diciendo que Dios no es Dios. El Dios que ha creado la capacidad de amar y entender no puede ofrecer un camino de salvación que no sea humano. El fanatismo es, en el fondo, un insulto a la divinidad.

Nuestra capacidad de conocer no puede ser nunca irracional. Puede que no sea consecuencia de un silogismo lógico todo lo que sabemos, pero no puede ser irracional. Puede que no todos nuestros conocimiento sean científicos, pero han de ser razonables. ¿Qué sentido tendría que exista la experiencia de la encarnación, de la presencia de Dios en la voz de un profeta o en la naturaleza de un ser humano, si para acercarse a Dios tuviéramos que salir de nuestra naturaleza? Que no; que sin racionalidad la religión es un camino de fanatización.

Benedicto XVI se cansó de hablar de esta verdad. Incluso tuvo algún problema al poner algún ejemplo concreto en su discurso en la Universidad de Ratisbona. La afirmación de fondo es esta: «(…) no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios». El fanatismo no solo insulta a Dios, sino que daña la experiencia de quienes queremos vivir la la fe con la cabeza sobre los hombros.

Hace falta leer; si, y ser lector ofrece muchas posibilidades de abrir la mente y conocer. Un lector –Talib en alguna lengua oriental– necesita asimilación de lo leído. ¡Cómo recuerdo a Lucio González Gorrín, fallecido hace poco más de dos años, y un enamorado del pensamiento y la cultura en diálogo con la fe! Él solía contar la picardía con la que un viejo profesor escuchaba a un joven teólogo recientemente graduado en una prestigiosa universidad de Roma. Le hablaba de los libros leídos, de los trabajos de investigación realizados en aquellas fuentes bibliográficas que había encontrado en los fondos de la Universidad. El viejo profesor de manera intermitente preguntaba, «¿y lo leíste?». Y así permanentemente: «¿también lo leíste?; (…) ¿pudiste leerlo?». Terminaba don Lucio con la última frase de aquel viejo maestro que, evidentemente, se convierte en consejo para todos: «Pues ahora, asimílalos».

El crisol del pensamiento y la razón nos libera del fanatimo.