El periodismo es tan sencillo y pegadizo que por fuerza debía desparramarse al resto de la población. La última maldición de la profesión son los titulares que no informan, del estilo de «La réplica de Messi a Laporta que todo el mundo comenta» o «Grande-Marlaska responde esto y deja a su entrevistador sin palabras». Ni siquiera las facultades de Ciencias de la Información visarían estos atentados, encaminados a que los presuntos consumidores se dejen engatusar y se adentren en el texto para comprobar la vacuidad de los espectaculares anuncios. Esta perversión surge del malentendido de llamar lector a quien examina a distancia los periódicos expuestos en un mostrador, el famoso click.Mientras la estafa se circunscribía a la esfera mediática, la sociedad podía seguir a sus asuntos sin mayor quebranto. Por desgracia, los titulares tentativos se han filtrado al grueso de la población, dando lugar a los insoportables WhatsApps con suspense. Y si se puede prescindir alegremente de Marlaska o Messi , cuando la insinuación «Has visto lo que acaba de pasar?» procede de un familiar o amigo en primer grado, se desata la inevitable zozobra. Caes en la trampa, pierdes el tiempo preguntando de qué se trata por cortesía, miedo o para saciar la vanidad ajena.La comunicación digital se basa en mentir a medias para captar la atención, de ahí que su campeón mundial siga siendo el jubilado Donald Trump. Los maestros de la intimación emocional llegan a endosar a sus víctimas el WhatsApp «qué te parece?», sin ninguna noticia previa ni precisión adicional. Son más temibles que los interlocutores que alargan una conversación escrita al infinito, con el solo objetivo de sembrarla de emoticonos. No hay soluciones fáciles para erradicar esta plaga, pero ayuda suprimir cualquier atisbo de sensibilidad, y dirigirse al contrario como si estuvieras hablando con un robot. De eso se trataba, al fin y al cabo.