Por llevarle la contraria a Churchill, la democracia no representa la forma de gobierno menos mala, sino la mejor. Con todos su defectos y deserciones ocasionales de la libertad y la igualdad. Es la democracia, con su compromiso a favor de todas las personas, lo que nos permite dar forma a nuestro propio destino político. Los ciudadanos de las naciones occidentales generalmente consideran que las virtudes de las democracias liberales son evidentes, urge sin embargo demostrar cómo, en las condiciones adecuadas, lo que resultaría impensable puede convertirse en rutina. Esa rutina y ciertos protagonistas políticos y sociales son los que, a veces sin pretenderlo, otras exhibiendo dotes autoritarias, corroen el espíritu democrático y ponen en evidencia la vulnerabilidad del sistema.

Para comprobarlo solo hace falta asomarse a las redes sociales y ver cómo las conciencias se hunden en la ciénaga más espantosa del odio. Estos días, con motivo de la reconquista talibán, el hundimiento es especialmente notorio.

Frente a los peligros que plantean los populistas autoritarios a las democracias liberales es necesario ponerse a reparar y renovar la infraestructura crítica: esas instituciones intermediarias, específicamente los medios profesionales y los partidos políticos para que no se dejan arrastrar por la corriente de la confusión. Al mismo tiempo hay que combatir el determinismo tecnológico, la idea extendida de que internet y las redes sociales significan por si solos la ruina de los gobiernos democráticos. En Democracy Rules, Jan-Werner Müller sostiene que son las decisiones regulatorias, y no los saltos tecnológicos, las que han permitido que las plataformas de redes sociales sirvan como caldo de cultivo para las teorías de la conspiración y el odio. No es que la regulación no haya podido mantenerse al día con la tecnología, más bien es que las decisiones regulatorias deliberadas han contribuido al clima tóxico. Los partidos, en busca de apoyos, se han sumado al debate incongruente demostrando su irrelevancia como fuentes intermediarias de moderación política. El populismo juega el partido en el terreno que le conviene.