Todo pasa por twitter: Pedro Sánchez confirmó ayer tarde –en su cuenta– la información facilitada por el Alto Representante de la UE para la Política Exterior, Josep Borrell, asegurando que España acogerá temporalmente a los afganos que se vean comprometidos ante el nuevo gobierno autocrático del país, por haber colaborado con la Unión Europea. Ese acogimiento durará hasta que la UE decida el reparto entre los distintos países miembros de esas personas. Se trata de una extraordinaria y muy buena noticia, que España se comprometa a evitar que queden tirados en su país, sin salvación posible, todos aquellos afganos que trabajaron para los países europeos (es de suponer que también a sus familiares) y que esa decisión se acompañará de las medidas para poder traer a España a todas esas personas y sus familias antes del 31 de Agosto, cuando –de acuerdo con los acuerdos entre EEUU y los talibán- la evacuación del país debe concluir. Implementar esa decisión requiere de esfuerzos diplomáticos y logísticos que implican algo más que un deseo o una voluntad de actuar: implican situar (o negociar con otros países) recursos para localizar a las personas en peligro (algunos ya estarán escondidos, o sencillamente fuera de Kabul, la única ciudad que cuenta con aeropuerto abierto) y también disponer los medios para su transporte a España y para su ubicación en nuestro país a la espera de su reparto entre el resto de las naciones dispuestas a acoger a quienes colaboraron con sus embajadas o consulados. Falta, eso sí, aclarar la amplitud del concepto  «personas que trabajaron para la UE». Supongo que estarán especialmente incluidos todos los que se implicaron como traductores o colaboradores con los ejércitos de la OTAN –entre ellos el español–, que serán probablemente los primeros represaliados por el nuevo régimen.

A la espera de que el Gobierno aclare el alcance de su ofrecimiento de acogida, creo que debemos aplaudir una decisión que de verdad salva vidas y que no es sólo un asunto de generosidad y solidaridad, sino también una cuestión de justicia con quienes confiaron en nosotros y creyeron que podíamos contribuir a que Afganistán se incorporara al catálogo de los países libres.

Coincidiendo con el twitter colgado por Sánchez, el Gobierno de Canarias ha anunciado –también a través de la misma red social, en la cuenta de la consejera Noemí Santana– su disposición a acoger a los refugiados que huyan de Afganistán tras la llegada al poder de los talibanes, «principalmente mujeres y niñas». La consejera de Derechos Sociales (y más cosas), ha revelado en su cuenta que mantuvo una conversación con el presidente Torres, en la que ambos coincidieron en que Canarias «debe ser solidaria» y por eso se va a estudiar «cuántos recursos podemos poner para acoger a mujeres y niñas afganas». Muy voluntarioso también, pero creo que a la consejera o se le ha escapado un lapsus o no sabe muy bien de qué va lo que ya ha empezado a ocurrir en Afganistán, a pesar de las promesas de los líderes talibán de que permitirán la salida de quienes quieran irse. Esas promesas no se están cumpliendo, han empezado los asaltos, los ajustes de cuenta y las venganzas, y estoy seguro de que no habrá nadie haciendo distinciones de si el hijo de un colaborador o un miembro de la antigua administración es niña o es niño. Sinceramente, no sé cuándo sustituimos aquel viejo principio propio de dinosaurios marichulos que rezaba que en situaciones de peligro inminente «las mujeres y los niños primero», por este de ahora que limita la prioridad a las «mujeres y niñas».

Quizá sea sólo una traición del lenguaje inclusivo que a veces usa la consejera, pero si lo que hace Noemí Santana (como parece) es proponer una política de acogimiento en exclusiva para mujeres y niñas, alguien debería decirle que esto no va ahora del peligro efectivo de reducir la vida de las mujeres y niñas afganas a los 29 principios islamistas de su esclavitud y sometimiento, que no ha entendido en absoluto que clase de brutalidades son las que se van a producir en los próximos días en el nuevo emirato talibán. De verdad, que se lo expliquen.