Cuando nos trasladamos a nuestra nueva casa, hará de esto veintitantos años, y después de haber vivido en trece casas distintas y en otras tantas ciudades, mi mujer y yo acordamos que nuestro nuevo hogar se llamaría: La Caleta. No podía ser de otra forma. Porque en La Caleta de Cádiz, situada nada menos que en pleno barrio de La Viña, nos conocimos hará cincuenta años. Cuando la vi por primera vez, salía del agua de manera sensual, tal como lo hiciera Halle Berry en una escena de James Bond, rodada precisamente allí muchos años más tarde, mientras se dirigía al Balneario de La Palma, que simulaba ser el hotel Gran Palacio de La Habana.

La Caleta nos ha recordado siempre, no solo nuestro lugar preferido de encuentros –casi todos clandestinos porque oficialmente no éramos pareja–, sino ese lugar donde los olores a sal, los colores de agua marina del mar y los sabores a ostiones y erizos, nos acompañó siempre en el recuerdo, y que ella supo trasladar con acierto a su forma de entender la vida de manera libre, alegre y distendida; y a su manera de cocinar, dándole a sus platos ese toque gaditano que roza la excelencia culinaria cuando hablamos de las papas aliñás, las papas con chocos, los caracoles, las caballas asadas, el cazón en adobo, las tortillitas de camarones o el pecadito frito.

Cuando el destino, hará unos meses, me arrebató a mi Halle Berry particular de manera cruel e injusta, quedé destrozado. Como si me hubieran arrancado de cuajo un brazo o una pierna o la mitad del corazón. Estaba desubicado, no sabía qué hacer para paliar tanta desdicha e infortunio. Entonces me acordé del nombre de mi casa: La Caleta; y lo que significaba para ambos, y decidí volcarme en la cocina. Ya cocinaba algo mientras duró su calvario; y ella, desde su estado doloroso, dirigía y corregía mi quehacer culinario. Insistía en que hacer de comer para la familia, lo que ahora se conoce como gastronomía, es un arte; culinario, pero arte al fin y al cabo; y salud, y también cultura. Y que merecía la pena el tiempo, el trabajo y el esfuerzo que se desempeñaba en la cocina, si el resultado era no solo dar de comer, sino transmitir una experiencia culinaria para que nuestros hijos y nietos, supieran apreciar los placeres de la vida trasladados al buen yantar.

Insistía en que era importante para poder llevar a cabo una buena receta la elección de los productos, a ser posible de temporada. Además de ponerle un poco de amor y de entusiasmo. Ya que una buena comida puede invitar a cualquier comensal a viajar por los sentidos, y descubrir un mundo nuevo de sensaciones, olores, y sabores, sin salir de una modesta cocina de hogar. Y eso hice. Y comencé a cocinar sus recetas y a seguir sus consejos gastronómicos: «procura evitar los fritos, es preferible hervir el pescado, o en todo caso hacerlo al horno, y apuesta por las ensaladas, las verduras, las legumbres y la fruta», me decía.

De esta forma, descubrí una manera de estar en contacto con ella, el amor de toda una vida; y, a través de los olores y sabores, me volvieron los recuerdos, y éstos me trajeron cincuenta años de convivencia, de hermosa y amorosa convivencia que ahora continúan por medio de los fogones. Y mis hijos, me propusieron que compartiera con la familia y con los amigos dicha experiencia gastronómica a través de las redes sociales. Y eso hice. Sin ser Dani García ni el chef del mar, todos los días –excepto los domingos y este mes de agosto que estoy de vacaciones–, publico las fotos con los ingredientes y los pasos a seguir para elaborar el menú de cada día. Por su puesto, la primera foto es de la cerámica que hay en la puerta de mi casa y que, como habrán adivinado, pone: La Caleta.

La verdad es que ha sido un éxito inesperado porque muchas personas me preguntan con cierta guasa que dónde está ese restaurante donde se come también, que cuánto cuesta un menú o si hacemos reparto a domicilio. También me dan las gracias porque dicen que les ayudo a realizar el menú semanal, y a elaborar platos que les saca de la rutina gastronómica de siempre. A ella, y no a mí, se lo debemos, y a La Caleta, que nos unió para siempre.