Lo primero que se le ocurre a uno hablando de periodismo es la magnífica definición de Bismarck, quien detestaba a los meatintas: «El periodista es siempre un hombre que se ha equivocado de profesión». Pero tampoco es imprescindible menospreciarnos demasiado. El periodismo, para quien quiera y pueda entenderlo, es inseparable de la curiosidad por los hechos y de la fascinación por la narrativa imprescindible para contarlos. Para mí sigue siendo válida esa definición de Xavier Pericay construida sobre la praxis profesional de Josep Pla, que dice más menos así: el periodismo es un ejercicio práctico, no contemplativo, desplegado con voluntad de estilo, que selecciona y organiza la realidad, que nos sitúa en un espacio y un tiempo concretos, que percibe y cuenta el pálpito de lo que acontece desde la insólita desfachatez epistemológica de escribir lo que ocurre, es decir, de contar lo que pasa y, en su caso, de explicarlo cabalmente. Y al hablar de escribir me refiero igualmente a la escritura oral que es la radio y también (pero menos) a la escritura audiovisual que es la televisión. Eso es lo que yo, un meatintas de provincias, sigue considerando que resume aproximadamente el deber y el placer de ser un periodista. Y ocurre que nada de eso tiene que ver con Ibai Llanos.

Llanos es un joven inteligente, listo y talentoso dotado de un verbo rápido, adaptativo y muy eficaz. A parecer alcanzó la notoriedad como locutor de esports –competiciones de videojuegos– y después se ha dedicado a organizar eventos benéficos y conciertos como sobresaliente streamer. Le he escuchado narrar un partido de esos juegos electrónicos que a mí me aburren hasta la náusea y le pone mucha creatividad retórica y mucho sentimiento, ciertamente. Son esas lucrativas y divertidas tonterías las que lo proyectaron lo bastante para emitir exitosamente por Twitch, y la última Nochevieja consiguió que cientos de miles de personas lo siguieran para disfrutar (es un decir) de las campanadas de medianoche. Ese es más o menos su supuesto currículo periodístico. Lo que ha enloquecido al personal es que Ibai Llanos ha conseguido una entrevista a Leo Messi el mismo día de su presentación en el estadio de su nuevo equipo, el París Saint Germain. Rendida admiración y desprecio militante hacia los periodistas deportivos que no lograron semejante hazaña. Pero eso no fue una entrevista, sino una deshilvanada charleta de tres minutos entre un seguidor incondicional y su estrella deportiva favorita. Messi había invitado a Llanos a su fiesta privada de despedida en Barcelona: al deportista argentino le encanta su trabajo como comentarista de esports. Llanos consiguió el encuentro en París desde ese frágil colegueo y no por sus contactos, su diligencia profesional o una inteligencia convincente.

Algunos compañeros señalan correctamente que Llanos no es periodista –él mismo, avispadamente, lo ha negado– pero que es un joven original, rupturista e innovador en lo que hace. Que cueste tanto definir lo que hace, en fin, debiera llevarnos a cierta desconfianza. Yo sospecho que es lo que innovador no es Llanos, sino los medios tecnológicos que emplea y sus ventajas frente a otras estructuras y procedimientos de transmisión informativa. Ciertamente el periodismo deportivo es demasiadas veces una contradicción en los términos y sufre un descrédito casi tan grave como el periodismo político o el columnismo. Pero llamar periodismo a lo que hace Llanos es algo muy inexacto y genera confusión: el periodista tal vez deba ser empático, pero no simpático, y su trabajo excluye que el lector o el oyente se sienta identificados emocionalmente con él. Lo contrario de lo que ocurre con el modus vivendi de Ibai Llanos y con Leo Messi.