Existe un vínculo natural entre la curiosidad y la creatividad. Ambas son capacidades o comportamientos instintivos que, entre otras muchas ventajas, nos han asegurado la supervivencia como especie.

Sobre la curiosidad se han pronunciado a lo largo de la historia personas tan relevantes como Einstein, que aseguraba no tener ningún talento especial, salvo ser «apasionadamente curioso». Para el escritor Nabokov, la curiosidad era la forma más pura de insubordinación, mientras que para el diplomático portugués Eça de Queirós, esta cualidad humana oscila entre lo grosero y lo sublime: «la curiosidad puede llevarte a escuchar detrás de las puertas o a descubrir América».

Según la psicología moderna, los bebés no aprenderían nada si no fuera por la curiosidad perceptiva. Por eso pierden el interés acerca de lo que ya conocen y buscan novedades constantemente. Con el tiempo debería desarrollarse lo que los psicólogos denominan curiosidad epistémica, que consiste básicamente en la búsqueda de conocimiento con el objetivo de eliminar la incertidumbre.

Todo el mundo es curioso por naturaleza. Eso dice la ciencia, aunque a algunos parece que en el reparto nos dieron doble cucharón. En mi caso, la curiosidad es como un dispositivo que, si se activa (y se activa a la más mínima), requiere de cierto autocontrol porque puede llevarme sin darme cuenta hasta la entrada de las mismísimas puertas de Mordor (*) o a la órbita de un agujero negro supermasivo que ríete tú del Gargantúa de Interstellar (*). Estoy muy de acuerdo con la dramaturga Dorothy Parker, conocida por su afilada pluma, cuando afirmaba que el aburrimiento se cura con curiosidad, pero la curiosidad no se cura con nada.

No es fácil a veces compaginar una vida convencional con un afán desmedido por saber cómo funciona todo, por qué y para qué. Pero no hay duda de que la curiosidad tiene una gran ventaja, y es que puede convertir cualquier nimiedad del día a día en una gran aventura. Cuando te dejas llevar por la curiosidad, cualquier dato sin trascendencia aparente puede ser un código secreto y una simple palabra común puede albergar un misterioso enigma.

Pero, veamos con un ejemplo real la diferencia entre un ser humano normal, con un nivel de curiosidad estándar que le permite sobrevivir al día a día, y alguien con la curiosidad subidita de revoluciones (yo misma). Supongamos que el ser humano normocurioso (me acabo de inventar la palabra), necesita una mesita de noche para su dormitorio. Se va a Ikea, elige una mesita, compra la caja correspondiente, se la lleva a su casa, abre la caja, monta la mesita siguiendo las instrucciones y fin de la historia.

Yo hice casi lo mismo. La diferencia es que antes de abrir a caja en casa, la contemplé durante unos minutos y comencé a hacerme preguntas como: ¿Por qué se llamará Brimnes? ¿Qué rayos significa eso? ¿Por qué los muebles de Ikea tienen nombres tan raros? Dos horas más tarde, la mesita seguía sin montar pero yo estaba feliz en mi papel de agente especial del FBI descubriendo gracias a Google que los nombres de Ikea son en realidad un código secreto. Cada uno tiene un significado concreto, y siguen un patrón implantado por el fundador de Ikea, Ingvar Kamprad, que creó este sistema para poder controlar mejor el inventario, dada su dificultad para recordar los códigos de barras debido a su dislexia.

De esta manera, cada sección recibe nombres de un grupo o familia de palabras particular. Por ejemplo, todos los accesorios de baño llevan el nombre de lagos y ríos de Suecia. Las estanterías lo hacen con nombres masculinos (Billy) o de profesiones, etc. Y así, no solo descubrí que mi mesita Brimnes lleva el nombre de un pequeño pueblo de Noruega, también supe que existe un diccionario ikea-inglés elaborado por un tal Lars Petrus, campeón de cubo de Rubik y por lo visto, gran fan de la conocida marca sueca.

Cuando ya pensé que había llegado a la culminación de mi curiosidad epistémica, llegó una amiga y me habló del Feng Shui y del significado que tenían las mesitas de noche en el dormitorio y cómo influyen en nuestro subconsciente. Sin saberlo, según su teoría fengshuidiana, yo estaba preparando mi dormitorio para la entrada en mi vida de una pareja estable (puesto que junto a mi cama ya tenía una mesita y había ido a Ikea para conseguir otra igual). Mis ojos se salieron de sus órbitas. ¿Así que Brimnes podría estar siendo la proyección subconsciente de un potencial compañero de vida? No era del todo descabellado, teniendo en cuenta que antes de conocer la versión del Feng Shui, me obsesionaba la idea de que al abrir la caja, le faltara algún tornillo al mueble… La sorpresa vino cuando al iniciar el despliegue de piezas, descubrí un tornillo de más. Mi Brimnes demostraba un agudo sentido del humor al traer ese tornillo de más… para mí.

Al día siguiente contemplé mi nueva mesita consciente de todos sus posibles significados y simbolismos, de todo lo que nunca hubiera imaginado que un pequeño mueble puede contener y de cuánto me hubiera perdido si hubiera decidido que la curiosidad no me arrastrara hacia la búsqueda de respuestas a mis preguntas.

Dicen que la curiosidad mató al gato, pero no dicen nada de la gata. Quizá ella aprendió a exprimirla hasta sacarle la tinta con la que escribe sus columnas.

(*) Mordor: País ficticio perteneciente al legendarium creado por el escritor británico J. R. R. Tolkien, donde se desarrollan importantes acontecimientos de sus novelas El Señor de los Anillos y El Silmarillion.

(*) Gargantúa: Un agujero negro supermasivo (con una masa del orden de millones o decenas de miles de millones de masas solares) que aparece en la película de ciencia ficción Interstellar (2014).